“Llegué a vivir tres años en un cajero por falta de alquiler”
Ángel, de 55 años, reside ahora en una habitación y acude al comedor de las Misioneras: “Las monjitas son excepcionales”
A pesar de que la vida no ha sido fácil para él, Ángel se considera una persona optimista. A sus 55 años reside en Vigo, aunque su origen es cántabro, y es pensionista por motivos de salud. Él es uno de los usuarios habituales del comedor social de las Misioneras del Silencio. Horas antes de que comience el primer turno de comidas, ya está en la cola. “Es que hay mucha gente y cada vez más”, explica y, aunque afirma que “nadie se queda sin comer es mejor llegar pronto para no tener que hacer el segundo turno”. Eso sí, tienes que presentar el papel de servicios sociales, cuenta.
Ángel ensalza la labor de las Misioneras, “las monjitas son excepcionales, muy buenas y cocinan fenomenal” y critica a los que “vienen y se quejan de la comida. Siempre hay variedad y cantidad suficiente, suele haber dos platos y postre, con fruta”. Además, él es de los que piensa que a pesar de tener escasos recursos, “hay que estar limpio y aseado y ser una persona educada”. “Para mí es uno de los mejores comedores de Vigo, no solo por la comida, sino por el trato” e incide en que quiere agradecerlo.
Ahora reside en una habitación con cocina que puede pagar, pero no siempre fue así. “Llegué a vivir tres años en un cajero, porque me tuve que ir de donde estaba y no encontraba un alquiler accesible a mis recursos, me costó encontrarla”, explica, mientras asegura que durante el tiempo que estuvo en la sucursal “la gente me trató en general muy bien, iban a sacar dinero por la noche y me dejaban algo. Tenía permiso para quedarme, porque yo no comía dentro, ni ensuciaba y me iba antes de que abrieran. De hecho, al poco de marcharme pusieron medidas para cerrarlo y que ya no pudiera quedarse allí nadie porque se metía otra gente que no tenía nada de cuidado.
Lo peor que le llegó a pasar durante esa época fue que una vez alguien entró y me robó el móvil y que a veces había mucho trasiego con la puerta, pero estaba a resguardo". También que, en su búsqueda de casa “me llegaron a estafar con un alquiler falso. Estoy pendiente de juicio. No entiendo cómo alguien se puede aprovecharse de los que menos tienen”, lamenta.
Pero ahora, desde hace tiempo, tiene un techo y gracias a las ‘monjitas’ (como las llama) una mesa donde comer, “además nos ayudan mucho". Allí, también tiene amigos, personas que suelen ir habitualmente y “normalmente no suele haber problemas”.
Cuenta que antes de llegar a Vigo vivía en Canarias, pero “el clima de ayer era muy malo para mi salud, aquí estoy mucho mejor” y, aunque no puede trabajar, su pensión le llega para pagarse la habitación. Tiene cubiertas las necesidades básicas y no se queja, “de nada sirve estar amargado".
Ángel optó, como quien dice, por hacer limonada con los limones que le dio la vida y, ahora, está ilusionado con irse unos días a su tierra, aprovechando el verano.
“Con lo que tengo, me apaño para vivir", dice, mientras relata cómo su día a día transcurre sin sobresaltos. “Voy al comedor, ando por la calle, pero la mayor parte del tiempo la paso en la habitación", apunta.
Sentado a la espera de que comience el turno de comedor, charla con otros usuarios tempraneros, a los que suele ver a diario, con historias y edades diferentes, pero todos intentando superar las dificultades que se han ido encontrando por el camino, entre ellas la falta de trabajo o de vivienda. Así lo comenta un joven inmigrante que llegó a Vigo hace años, y que busca empleo en la construcción o incluso de limpieza. De momento, no ha tenido suerte.
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