Fito se despidió con un Auditorio lleno y su familia entre el público
Cerca de 2.500 fans acompañaron al artista y a su banda en su parada de dos días
Fito y sus Fitipaldis volvieron a arrasar. En el concierto de despedida, ayer, en el Auditorio, consiguió llenar la platea, con las localidades vendidas días antes. En total, cerca de 2.500 personas acudieron a la llamada de este artista que tiene gancho en la ciudad.
Ya en su anterior visita, en 2009, consiguió abarrotar el Ifevi. Con una fórmula muy personal, en esta ocasión varió el formato. Cabrales quiso huir de las grandes aglomeraciones y apostó por una versión para pequeños aforos (lo que el bilbaíno considera una sala con capacidad de 1.500 butacas).
Saltó al escenario rodeado de sus incondicionales Fitipaldis: Carlos Raya, a la guitarra; Javier Alzola, al saxofón; José 'El niño' Bruno, en la batería; Candy Caramelo, con el bajo y Joserra Semperena, en los teclados. Pasaban cinco minutos de las nueve y una ovación indicó la aparición del artista. Con sus inseparable gafas y su eterna gorra, arrancó con Por la boca vive el pez. Entre el público, la locura: coros, aplausos, gritos, que se incrementaron en el solo del saxo. Le siguieron temas conocidos ya inmortales como Sobra la luz o Me equivocaría otra vez.
Antes de iniciar el tercer tema, besó su púa y la lanzó al público con un graciñas. Buenas noches. En la introducción del siguiente se soltó: Muy amables, muchas gracias; esta es una gira de reencuentros con canciones que hace mucho tiempo que no tocamos y lo que denominamos transformers; Por cierto, ¿por dónde está mi familia? Bueno, sé que están por aquí. Entonces los encontró: desde las primeras filas, lo saludó un niño ataviado con su misma gorra y Fito, emocionado, le dedicó un beso y una calurosa sonrisa.
Y el concierto continuó con He crecido cerca de las vías, una de las transformadas. Cabrales cambió su eléctrica por una acústica; el bajo por un contrabajo, los teclados por el piano y el segundo bajo por una caja de ritmos. En la misma línea le siguió Los tiempos locos. Para dar paso la cara más movida Quiero beber hasta perder el control, donde la gente saltó del asiento para bailar. Y así casi dos horas de concierto, que alcanzó su clímax cuando los protagonistas tocaron entre el público.n
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