Los comedores sociales de Vigo reclaman ayudas para poder mantenerse activos
La subida de los precios pone a prueba la resistencia de estas entidades, que atienden a unas 300 personas cada día
Los comedores sociales de Vigo dan desde hace ya varios años una auténtica lección de resistencia diaria. Pese al encarecimiento de los alimentos y al consecuente aumento de personas en riesgo de exclusión social que no tienen ingresos mensuales suficientes para subsistir, estas entidades continúan al pie del cañón asegurándose de que cada uno de los vigueses que hacen las –cada vez más largas– ‘colas del hambre’ puedan alimentarse correctamente y con dignidad día a día. Aunque existen más iniciativas solidarias de este tipo en la ciudad, los tres comedores sociales con más usuarios son el Comedor de la Esperanza, en O Berbés, gestionado por la Fundación Casa Caridad; el de las Misioneras del Silencio, regentado por la hermandad homónima; y el comedor de Vida Digna. Los dos primeros funcionan los días lectivos, mientras que el de Vida Digna lo hace los fines de semana para dar servicio precisamente a los usuarios de estos comedores, entre otros.
Ricardo Misa, responsable de la asociación Vida Digna, recuerda que el comedor que gestiona es el más joven de la ciudad, pero que nación “porque no había ni uno que abriese en fin de semana y era una necesidad que existía en Vigo”. Hasta allí se acercan cada fin de semana entre 400 y 450 personas, aunque la cifra aumenta conforme avanzan los días del mes: “A principios la gente va cobrando sus pensiones o sus salarios y tiran para adelante, pero a finales ya les cuesta más”, dice Misa. Lleva unos 14 años en funcionamiento y, de hecho, a finales de 2022 tuvo que interrumpir su actividad durante varios meses debido a la escalada de precios tanto de los alimentos como de la energía. Misa recalca que “pudimos abrir de nuevo gracias a donaciones y a mucho esfuerzo, empeñándonos incluso a nivel personal y ahí nos mantenemos porque consideramos que este proyecto es fundamental para muchas familias y no podemos permitirnos cerrar”.
Es por esta razón que desde estas entidades piden toda la ayuda posible para poder mantener este servicio humanitario, como explica Guadalupe Egido, responsable del comedor de Misioneras del Silencio, ubicado en la calle Urzáiz: “La ayuda nos es imprescindible, tanto económica como en forma de comida, para poder salir adelante. Nos gustaría animar a las personas de Vigo a hacerlo porque es una tarea bonita e imprescindible”. La hermandad de las Misioneras del Silencio lleva ya más de 40 años repartiendo comidas a los más necesitados en el centro de la ciudad y por su comedor pasan cada día unas 150 personas, y las voluntarias aseguran que están al límite ya debido a que no para de incrementarse el número de usuarios que acuden: “Estamos a capacidad máxima. Las cocinas tienen unos hornillos determinados y las ollas no dan para más. Hemos incrementado mucho el esfuerzo de horas de trabajo porque ha aumentado el número de comensales”, reconoce Egido, quien mantiene orgullosa que “nunca se deja a nadie en la calle ni sin comer, aunque tengamos que darles algo en un tupper, pero el presupuesto no da para más”.
La misma circunstancia ocurre en el Comedor de la Esperanza. Allí están atendiendo cada día a unas 140 personas –el tope es de 150–, todas derivadas desde los servicios sociales municipales, ya que la idea es que casos como los suyos puedan acabar mejorando y, con el tiempo, dejar de necesitar la ayuda del comedor. Pero, como es natural, también se acercan personas que no están en la lista y desde la Fundación Casa Caridad apuntan que “no dejamos a nadie atrás”, por lo que cada día hacen esfuerzos extra con su limitado presupuesto para que nadie pase hambre.
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