Un año durmiendo en la nueva estación de bus de Urzaiz

Con la polémica en Barajas, hasta una decena de sintecho se refugian en la terminal viguesa: “Me da igual cómo, solo quiero salir de aquí”

Publicado: 28 may 2025 - 07:45 Actualizado: 28 may 2025 - 10:24

Personas durmiendo en el interior de la estación de autobuses de Vigo Urzaiz.
Personas durmiendo en el interior de la estación de autobuses de Vigo Urzaiz. | Vicente Alonso

El entorno de la nueva estación de autobuses de Urzaiz, al lado del centro comercial Vialia, se convierte cada noche en un ‘hogar’ para varias personas sintecho, al igual que ya se ha convertido la antigua estación. Personas sin recursos que dormitan sobre cartones, en un pequeño espacio donde no les molesten y con el frío que asola cada invierno la ciudad. Un saco de dormir o una manta, esa es toda su protección. Y con miedos, sueños y deseos de salir de allí lo antes posible. Pero sin recursos, del agujero negro en el que se encuentran es difícil salir.

Cada noche, una decena de personas encuentran allí su acomodo para dormir. A veces también lo hacen dentro de la propia estación, donde no pasan frío. Pero cierra desde medianoche hasta las 4:30 horas de la mañana. En ese tiempo, su recurso es la intemperie. Allí, se encuentran expuestos a las bajas temperaturas, las precipitaciones o los problemas nocturnos, como robos, agresiones o ruidos.

Juan y Mónica (nombres ficticios para preservar su identidad) es un matrimonio que lleva en los aledaños de la estación cinco meses. Ella, de un concello cercano a Vigo; él, de un país americano. Un trabajo en la construcción no pagado a Juan le provocó tal tensión que sufrió un ictus, que lo dejó sin actividad en una mano y truncó su posibilidad de volver al mercado laboral como albañil. “En mi país nunca tuve problema. Trabajo hecho, trabajo cobrado. Y fue aquí donde me engañaron”, declara. Viven solo de la Risga que cobra Mónica, unos 500 euros al mes que apenas le da para comer: “Es imposible alquilar cualquier habitación aquí, es prohibitivo”. Por tanto, y tras un mal episodio como inquilinos en un edificio céntrico, se instalaron en la estación de Urzaiz, donde hacen vida.

“Si alguna vez tenemos que ir a cualquier sitio, los de la estación nos dejan que pongamos las cosas dentro”, señala Mónica. Porque los robos están a la orden del día, más si es de noche. A ella ya le robaron un par de tenis y a él, una vez casi le roban el poco dinero que tenía escondido. A raíz de eso, la seguridad propia es esencial y duermen con una piedra cada uno debajo de su improvisada almohada, compuesta por bolsas y ropa. Además, Juan tiene a su lado un bate para defenderse. “Hace no mucho vino un argelino a intentar robarme. Me agarró y me amenazó, me dijo que me iba a cortar el cuello. Entonces, le golpeé con la piedra y se fue. Cuando vino la policía le dijo que se había caído borracho por las escaleras”, confiesa Juan.

Ese argelino ‘convivía’ con ellos en el entorno. Se sabe cuando la noche va a ser complicada y cuando no. Porque tanto Juan como Mónica no cuentan con ningún problema de adicciones, pero otros sí. Esos son los que marcan si los demás duermen o no. “Aquí hay mucho jaleo. Viene gente a beber, a drogarse y a robar. Sobre todo el fin de semana”, señala Juan. Tras cinco meses de insomnio, de despertarse a cada paso que escuchan y de noches frías, el matrimonio está cerca de conseguir un pequeño estudio, por 500 euros de alquiler. “Me da igual cómo, solo quiero salir de aquí. Me da igual si me quedan solo 50 euros para comer”, dice Mónica. Mientras tanto, intentan dormir juntos, se cuidan mutuamente y ayudan a otros que allí se encuentran: “Vigilamos la mochila y los cartones de otras dos personas, que nos dijeron que venían más tarde a dormir”.

El caso de Fernando (otro nombre ficticio) es más desgarrador. Llegó a tener una empresa de transportes (fuera de Galicia) a su nombre, cuatro camiones y seis empleados. Ahora, lleva un año durmiendo en una esquina de la estación. Sin ayudas y con un expediente sancionador abierto por parte de Hacienda, del cual todavía no conoce la cuantía. “Me lo dicen mañana y estoy acojonado, porque creo que es de una pescadería que tuve y cerré en el año 1997”, asegura. De confirmarse, su situación seguirá siendo extremadamente precaria, más aún al contar con una discapacidad que le impide trabajar.

Fernando fue estafado por un familiar. Se inventó una enfermedad rara para sacarle todo el dinero. Y luego desapareció. Vendió todo por ayudarlo y se quedó sin nada. Un par de bolsas, cartones y un saco para dormir. La alimentación la tiene cubierta gracias a los comedores sociales de la ciudad, pero para salir del hoyo necesita más. “Me pondré a pedir delante de Hacienda y que la gente me ayude”, indica. Necesita dos meses más para gestionar la Risga y otros dos (mínimo) para empezar a cobrarla. Pero eso no le garantiza vivir. Reconoce que su situación está lejos de arreglarse, que no encuentra la luz y, con resignación, repite cada día la misma rutina de levantarse, pedir, comer, pedir y dormir. “Me despierto y me duele todo. Nunca duermo bien y el fin de semana si hay jaleo, es imposible”. Tanto Fernando como Juan tienen una discapacidad que les impide trabajar, pero no cobran por ello. O no lo suficiente como para garantizarle un techo. Ya sea por desconocimiento o por mal asesoramiento, se ven en una situación límite como para acabar en la calle. Y en esa espiral, difícil salir. Todo ello tras la polémica de la capital española, con más de 400 personas dormitando en el aeropuerto de Barajas y que ahora, con el control policial, se han desplazado al exterior de la terminal o al parking.

Unos que vienen y van: “Tengo una amiga en Barajas, voy allí”

Ser nómada es un recurso para las personas sintecho en busca de que su suerte cambie. Es el caso de Carmen (nombre ficticio) que llegó a Vigo hace pocos días y se irá a Madrid el viernes, cuando cobre y pueda pagarse un billete de autobús. Con 80 años, asegura que vive el día a día y a la espera de que le llegue la hora. Mientras tanto, intenta hacer amistades efímeras como la de Fernando, quien generosamente le prestó una manta para esquivar el frío. “No sé donde iré. Igual a Barajas, ahora que no han podido desalojarlos. Tengo una amiga allí”, asegura. Carmen teme a la noche, a su oscuridad. Por eso se pone cerca de un foco, para que le dé luz. Y en compañía: “Solo tengo un cojín, nada más. Pero me quiero ir de aquí”.

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