Amelia García, de frutera en Coia a candidata a los Mestre Mateo
Guionista e intéprete del cortometraje “As mulleres do pilón”, escribe poesía, está en dos grupos de teatro y acude a clases de audiovisual
Confidencias en el lavadero, mujeres maltratadas y un trágico final es la fórmula con la que “As mulleres do pilón” logró colarse entre las candidatas a los Premios Mateo. La autora del guión, Amelia García Domínguez, de nombre artístico Amelia Veneranda, se basó en una vivencia personal. “Recuerdo ir al río con mi madre, que era una mujer maltratada, y nos encontrarnos con una vecina que lloraba y contaba el miedo que tenía por la llegada de su marido, yo entendí ese terror porque era el que yo sentía cuando papá entraba con esos ojos rojos. Volvimos otro día y nos dijeron que se había muerto al caer de la cama y abrirse la cabeza. Tenía pocos años y fue algo que me impresionó”. Pasó el tiempo. Un día le inspiró una poesía y después un guión.
Tras 45 años al frente de Frutas Meli, en el centro comercial Coia 4, traspasó la tienda y se jubiló. Ahora con 64 años da rienda suelta a su creatividad. Se apuntó a clases de audiovisual con Alejandro Pacheco y en cinco días ya estaban trabajando en su producción. “Le enseñé el texto, le gustó y dirigió el corto, actuamos cuatro alumnas del curso y la ropa que vestimos la encontré en el fallado de mi suegra, hasta la del tendal es de la época, de cuando mi marido era niño”.
Se declara muy feliz con la selección a los Mestre Mateo, una historia que siente muy cercana. “Mi mamá aguantaba las palizas hasta que papá murió a los 69 años de un ictus, era muy celoso y se inventaba cuentos. Ella se quejaba a mis tías y le decían que tenía que aguantar, ser cariñosa con él”. Amelia recuerda que con los cuatro niños cogidos por la mano, su madre acudió a la comisaría de policía. “Entonces le dijeron que nos fuéramos para casa, que no podían hacer nada”.
Con todo, Veneranda asegura que lo que le gusta es hacer reír, aunque escriba dramas. “Quiero ser payaso de hospital”, afirma. Con una vida llena de microhistorias, a los 15 años se mudó a un piso de protección de la Caja de Ahorros en Coia y comenzó a trabajar por el día, mientras iba al instituto por la noche. A los 18 años pujó, con la ayuda del director de la Caja, y se quedó con la frutería donde estuvo 45 años. Se casó, tuvo hijos y compaginó el trabajo con clases de pintura con Castro Couso y participó en exposiciones. Las historias de las clientas le inspiraron relatos, con uno de ellos ganó un viaje para dos a Denver, donde aprendió a esquiar. Integrante del grupo de poesía Brétema y de las compañías de teatro Rueiro y Punto de Vista, no se cansa de aprender e iniciar nuevos proyectos.
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