Quique Míguez, medallista en Los Ángeles 84: “Me emociono al ver a tantos niños navegando en el Miño”
“Mi punto más alto fue en Los Ángeles y Barcelona es la gran espina clavada, nos fastidió un cagalera”, dice el piragüista internacional tudense medallista en Los Ángeles
Quique Míguez (14 de marzo de 1966) anunció su retirada definitiva del piragüismo a comienzos de mes tras una trayectoria de más de 40 años con medalla de bronce en Los Ángeles incluida. Le quedó la espina clavada de Barcelona y baja de la canoa porque “el cuerpo da avisos”.
¿Llegó el momento de dejarlo?
Tras muchos años, 45, el cuerpo se va resintiendo y da toques de atención. Avisa de que tengo que ir parando. Llegan esos toques y hay que hacerles caso. Otros vendrán por detrás que puedan obtener esos logros que pude alcanzar yo.
Usted fue élite, medallista olímpico y, después, siguió siempre en el club y en la categoría de veterano.
Es algo que llevo haciendo desde niño y soy un adicto al mundo de la piragua. Para mí era imposible dejarlo de golpe. Cuando era joven, estaba a nivel mundial, y, en los últimos años, disfrutaba a nivel internacional en la categoría máster. Que es para seguir vinculado a la piragua, también disfrutándolo. Toca dejarlo porque el cuerpor se resiente. Es cierto que yo soy una persona competitiva y siempre te gusta ganar. Aunque sí es verdad que, en los últimos años, no era tan importante el ganar como el disfrutar la competición, de los compañeros y de ese nerviosismo y tensión que hay en las regatas. Pero no era imprescindible ganar. Me gustaba, claro está, pero no era algo fundamental. Si salía el resultado, mejor. Pero si por ganar era más el sufrimiento que el disfrute del momento de competir, no me valía la pena.
Ahora va a entrenar y puede ver el nombre de Centro Municipal de Piragüismo Quique Míguez a las puertas del club.
Eso llega gracias al trabajo y el sacrificio de muchos años. Evidentemente, me considero y creo que fui un referente a nivel de Galicia y a nivel de España porque, gracias a esa medalla que conseguimos en Los Ángeles, el piragüismo en Galicia subió un 1.000 por ciento y la canoa se disparó. Después, vino David Cal y lo remató. Con ese monstruo no podemos luchar y ojalá vengan muchos más como él. De los resultados de los compañeros que consiguen medallas nos nutrimos el resto de piragüistas de una manera u otra. Si hay buenos resultados, hay más becas, más aporte económico para todos y más visibilidad.
¿Qué instalaciones había cuando comenzó?
Recuerdo que, cuando comencé, estaban Manolo Pipo y Julio Piña de directivos. Julio Souso llegó un par de años más tarde de entrenador. Cogía la piragua en la casa de Piña y cuando llegaba al Miño ya tenía medio entrenamiento hecho porque estaba a un kilómetro. Y eran barcos que pesaban bastante más que los de ahora.
¿Cómo evolucionó el material?
En aquel momento las palas eran de madera. La fibra todavía no había llegado a la canoa. Sí hay kayak, que ya tenían hojas de fibra, pero en canoa todavía no porque se rompían. Después, con los años, evolucionaron y sí aparecieron otros materiales. En Los Ángeles competí con esta pala -en la fotografía- y ahí se quedó para el recuerdo. En los barcos, la evolución fue superior. Al comienzo eran solo de madera y fueron evolucionando hasta lo que es hoy en día que son más resistentes y duran más, salvo si le das golpe. Son mucho más rápidos, más estrechos y el peso se mantiene bastante porque hay un mínimo internacional. Se pasó se 16 a 14 kilos en C1, pero nada más. Pero sí que la estructura es totalmente diferente para ganar velocidad.
Y, por suerte, el Kayak Tudense es un club reconocido.
Ayudado por mi medalla, sí que se pudo dar ese primer paso a nivel internacional. Después vinnieron muchos deportistas de nivel con medallas en Europeos y Mundiales. Todos hicimos un gran esfuerzo para obtener resultados y, gracias a ello, el Kayak Tudense es el único club en España que lleva 18 años entre los tres mejores del ránking y ahí siguirán luchando a partir de ahora. Estuve una época de entrenador, pero lo dejé por un accidente laboral. Siempre estuve como deportistas y no como técnico o directivo.
Por suerte, ahora hay una gran cantera en el club.
Llevo bastantes años en esto y, a veces, me emociona y me encanta ver a tantos niños en el río, de seis, ocho o diez años. Divirtiendose con el piragüismo y que, poco a poco, adquieran sabiduría para ser grandes campeones. Ver el Miño salpicado de piraguas, unos para aquí y otros para allá, con los técnicos en medio de ellos… Es algo que me emociona y que le llevo dentro.
De juvenil sacó una medalla olímpica y, después, no llegó otra y en Barcelona por enfermedad de su compañero.
Después de Los Ángeles fuimos a Seúl y no entramos en la final por poco y Barcelona es mi gran espina clavada. Los Ángeles es la mejor versión y Barcelona es difícil que se me pueda olvidar. Si me hubiesen puesto un cheque en blanco de que sacábamos una medalla, yo lo hubiese firmado completamente. Era la primera vez que tenía ese convencimiento de que sacábamos medalla. Toda la temporada estuvimos en las finales y en Duisburg, en una regata preolímpica en la que varios países escogían a su barco para los Juegos, quedamos segundos a una décima del oro. Sí, era difícil, pero lo veía factible por cómo navegaba la embarcación y cómo entrenábamos. La noche antes de la semifinal, y puedo dar fe de ello, mi compañero se pasó toda la noche en el baño. Y, después, fue una desesperación ver en la regata como nos pasaba Polonia y Canadá. Son cosas que, por desgracia, pasan.
Y eso es lo más difícil porque para eso no preparan al deportista.
En cualquier deporte, siempre se felicita al ganador y creo que es un error. Creo que se debe felicitar al que queda un poco más atrás porque el que gana o termina en el podio, ya está feliz. El que va detrás, es el que necesita esos ánimos para seguir adelante. Al estar en el máximo nivel y encontrarme en una situación como la de Barcelona, creo que lo llevé bastante bien. Pero es algo que fastidía, está claro. Tienes toda la ilusión y veía como el trabajo hecho estaba dando sus frutos. Si me hubiera visto fuera de las medallas desde el inicio de temporada, no tenías ese convencimiento de poder hacerlo, pero se nos fue todo por una cagadera.
Son 20 años al máximo nivel y llega mitad de los noventa y se da cuenta de que tiene que trabajar.
Por suerte, cambió todo a mejor. Yo fui de los primeros y alguien tiene que ir desbrozando el sendero para que el grupo pueda caminar más fácil. Ahora hay más ayudas, pero es la propia vida. En el 96 eran los Juegos de Atlanta y pude llegar, pero lo dejé dos años antes porque en el Mundial de Duisburg llegó Alfredo Goyeneche y vino a hablar conmigo decirme: si entras en final, te mantienen la beca. Si no lo haces, te damos la mitad. Yo cobraba 100.000 pesetas de aquella y, si no entraba en esa final, serían 50.000. Pensé: si me pongo a pedir en la Catedral de Tui, ¿no sacó 50.000 pesetas? Valoras todo, los años que tengo, lo que había conseguido y lo que podía conseguir… Y tuve que buscarme la vida porque no tenía estudios y lugares a los que ir. Tuve que ir agarrándome a lo que salió para mantener a la familia y fui cambiando de trabajo. Intenté ir mejorando y, después, sobreviviendo.
Vio muchas veces el vídeo de Los Ángeles.
De vez en cuando lo veo en las redes, que está por ahí colgada y pienso: parece mentira lo que te puede cambiar la vida por una centésima. Ganó Yugoslavia, que eran los campeones del mundo, por delante de Rumanía con Ivan Pasaichin, que era mi ídolo en aquel momento. Estar en el podio con él, era lo máximo. Y nosotros fuimos terceros con 1:47.71, mientras que Francia terminó cuarta con 1:47.72. Hasta día de hoy recuerdo y disfruto de ese esfuerzo. Al final, yo era una chaval y Pasaycin eran sus quintos Juegos. Me sentía en un pedestal allí.
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