Mary Quintero, fotógrafa histórica de Vigo: "Batí el récord de España al hacer en un día 22 bodas"

Publicado: 17 jun 2023 - 03:39 Actualizado: 18 jun 2023 - 08:24

La fotógrafa Mary Quintero, con un catálogo de su obra, en el que aparece ella misma de joven, durante su entrevista en Atlántico TV.
La fotógrafa Mary Quintero, con un catálogo de su obra, en el que aparece ella misma de joven, durante su entrevista en Atlántico TV.

Sofisticada, optimista, agradecida a la vida, pero fundamentalmente, vitalista, Mary Quintero visitó el set de Atlántico TV para hablar de su trayectoria profesional y de sus nuevos retos. Con 91 años, contribuyó con sus fotografías a documentar toda una época de Vigo, “siete generaciones”, tal y como ella misma calcula.

Decir Mary Quintero es decir fotografía, pero ahora presenta su nueva faceta como pintora. ¿Cuándo surgió esta vocación?

Es la primera vez en mi vida que expongo mis pinturas. Tenía miedo de que se compararán con mis fotografías y que no diera la altura. Hice cosas nuevas con mi sobrino y creo que es el momento. Lo cierto es que pinto mucho antes de fotografiar. Mi padre era fotógrafo en Melide y creía mucho en la valía de la mujer. Envió a mi madre a Madrid para aprender a pintar fotos, yo tenía 4 años y me llevó con ella. Allí nos pilló la guerra, en el 36. De vuelta en casa, me dejaba con los colores para que me entretuviese pintando los tebeos. Mi padre vio que tenía vocación y me envió a clases de pintura, de piano y de todo lo que pudiese ser arte. La pintura me ayudó mucho en la fotografía, en identificar el estilo, la luz, en la composición color, sin darte cuenta ya me estaba orientando. Cuando me jubilé no podía dejar ni la cámara, ni los pinceles.

De hecho, fue pionera en los retoques manuales de la imagen.

Conseguíamos unos efectos increíbles. Las fotografías en blanco y negro se retocaban con lápiz y cuchilla, pero yo decía que los retoques no podían cambiar la imagen real. Empezamos a colorear con tinta transparente que mandaban de Norteamérica, respetando el motivo que había debajo, sin que se notasen las pinceladas. En el estudio de mi padre tenía la galería más antigua de todos los tiempos, entraba luz natural por todo un lateral y por el techo de cristal, se movían las cortinas para iluminar, si el día estaba oscuro, ese día no había fotografía. A los 9 años nos fuimos para Lugo y otra vez montamos una galería de luz natural. Allí me encontré con la sorpresa de que a los 15 años también había aprendido el oficio de mi padre. Hacía cosas que le gustaban mucho, un día le enseñó al director de Radio Lugo una fotografía de una chica donde había corregido los ojos entornados. Le encantó y me consiguió una exposición en el Círculo de Bellas Artes. En el 47, Lugo era un pueblecito, aún conservo los periódicos de aquel día que titulaban “La niña Mary Quintero, nuevos horizontes de la fotografía”.

¿Y cómo pasó a ser la retratista de la alta sociedad?

Siempre tuve mucha suerte y hadas madrinas que me ayudaron. A partir de esa exposición, la mujer del gobernador organizó otra para que fotografiase a las mujeres más guapas de Lugo. La esposa de un cónsul vio una de estas fotos y me propuso ir a Vigo a retratar a las familias de la ciudad. Yo dije que sí, porque cuando una es jovencita y tiene ilusión, la ignorancia se deja a un lado. Aunque las fotografías se firmaban con el nombre del hombre titular del estudio, mi padre quiso desde la primera exposición que pusiera delante el Mary. Creo que fui la primera mujer en España que pude firmar mis fotos. Yo siempre contaba con mi padre.

¿Entonces llegó a Vigo de la mano de una hada madrina?

Anita Ponte, cada vez que venía me quedaba en su casa. Era como los manager de entonces, pero aún más porque se gastaba dinero conmigo, por alguna razón me quería ayudar. Vigo, entonces era una sociedad clasista, a mí me parecía que estaba en Hollywood, no daba crédito a aquellas casas, a aquel dineral, era la época del wolframio. Organizaron una exposición con las fotografías que les hice a las viguesas en un salón de té de la calle Colón, fue impresionante, había que ir de rigurosa etiqueta. A partir de ahí empezaron a llamarme para puesta de largo, bodas y otros eventos. Venía con mi padre desde Lugo en autobús. Íbamos a los domicilios y se me ponía cara de tonta, yo venía de la aldea. Nos pasaba de todo, una vez haciendo unas fotos en el Castro se nos paró el roturador y mi padre para cargar las placas tenía que meterse en un rocho, no podía haber nada de luz; solucionamos con una tapa de betún de zapatos que abría y cerraba con el grupo colocado delante del objetivo. Al final mi padre me montó un estudio en la calle Urzaiz. Nunca le agradeceré a Vigo cómo se ha portado conmigo.

¿Fue más sencillo trabajar instalada en la ciudad?

Al principio, a las personas que venía a retratar y por las que salía en el periódico, no les pareció muy bien que pudiese fotografiar a todos, pero luego me los volví a ganar. Por mi estudio pasó todo tipo de personas. Trabajar entre cuatro paredes es difícil, siempre estaba lleno de hierbas, arbolitos para crear escenarios. Hacía los filtros que necesitaba y manejaba muy bien las luces. Batí el récord de España al hacer en un día 22 bodas, venían los novios el domingo por el estudio, pedían hora, pero aparecían cuando podían y esperaba turno.

Logró triunfar en un mundo de hombres.

Cuando escucho lo de las luchas por la igualdad, pienso yo eso ya lo conseguí. Fui muy afortunada. Tuve la ventaja de que me fue muy bien con los hombres. En los congresos eran todos hombres, yo daba las conferencias y no venía ninguna mujer. Yo les preguntaba a ellas por qué no pueden ayudar a sus maridos, empezaron a asistir. El congreso fue el mejor invento de la profesión. En la época de mi padre los fotógrafos no se hablaban, si querías ver el escaparate de otro, íbamos por la noche. Yo participé en congresos por toda España y en siete países, muchos como única representante española.

¿Qué compartían en los congresos?

En Alemania descubrí el proyector de fondos, vi el cielo. Yo hacía las diapositivas de puestas de sol para situar las fotografías. Había que tener cuidado, poner los pies sobre una sombra o flotaban, también había que conseguir la misma luz que tenía el fondo en el estudio y que solo iluminara la cara. Vinieron fotógrafos a aprender a usarlo, pero hubo quien jamás pudo trabajar con ello. Expusieron mi técnica en Barcelona y me conocieron en todo el mundo.

¿Cómo vivió la llegada de la fotografía digital?

Cuando me lo enseñaron en casa no daba crédito, ¡sin tener que medir! Poder ver en el momento cómo queda, si las luces están bien. La primera foto que mandé al laboratorio “por el aire” no me podía creer que pudiese ser sin negativo. Con la llegada del color no teníamos laboratorio, mandábamos la valija a Madrid. En una ocasión, fue mi marido a buscar el paquete a la estación y no estaba, alguien se lo había llevado, desaparecieron tres bodas. ¡Lo que tuve que pasar para contárselo a los novios! Entonces decidimos que era necesario un laboratorio. Llegamos a tener once trabajadores, a todos les enseñé el oficio. Con el color hubo que despedir a muchos. Ahora los estudios de fotografía ya no son necesarios.

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