El frío llena los albergues de jóvenes, parados y refugiados
Las heladas obligaron a las administraciones a ampliar la capacidad de acogida para los sin hogar
”Tienes mucho frío y hambre, pero también sientes impotencia de verte durmiendo en la calle”, explica Armando Martínez, de 59 años, que tuvo que cerrar su negocio, agotó los ahorros y de un día para otro se vio en la calle. Ahora vive en un albergue, que con la bajada de las temperaturas están aumentando la ocupación.
Las heladas nocturnas que desde hace días se instalaron en la mayoría de las comunidades obligaron a las administraciones a ampliar la capacidad de acogida y alojamiento para personas sin hogar. La mayoría de las ciudades, como Madrid, ponen en marcha “Campañas de frío”, que en la capital suponen 450 plazas de emergencia y nuevos recursos asistenciales.
Cruz Roja reforzó su dispositivo de calle, las unidades móviles con las que recorre por las noches los lugares en los que suelen pernoctar, como parques o descampados, para acompañarles, ofrecerles comida y mantas, pero sobre todo la posibilidad de dormir bajo techo.
“Salimos con 78 unidades móviles a encontrar a personas que viven en la calle, para motivarles a que vayan a un lugar cubierto a dormir, pero si no quieren o no están en ese momento de su vida preparados, cubrimos sus necesidades básicas para que estén de la mejor manera posible dentro de su vulnerabilidad”, asegura Susana Royo, del Programa de Atención a Personas Sin Hogar de Cruz Roja.
En la última década aumentaron un 24,5% las personas sin hogar que viven en centros, hasta alcanzar 28.552 en 2022, según la encuesta a las Personas sin Hogar publicada recientemente por el INE, aunque las entidades sociales recuerdan que esa cifra podrían ser un 30% superior ya que no recoge a quienes viven de manera estable en la calle.
En una visita al albergue San Juan de Dios de Madrid vemos los rostros de las personas que estuvieron durmiendo en la calle - algunos unas semanas, otros varios años-. Son desempleados, estudiantes o migrantes que arrastran historias de mala suerte en algunos casos, y problemas de salud.
Salió a los 18 años de un centro de menores de Ceuta, llegó a la península y ahora vive en el albergue de la institución católica. “Soy un chico normal que ha venido a España desde Marruecos para cumplir el sueño de jugar al fútbol; estoy arreglando papeles, estoy haciendo unos cursos y, mientras, entreno en un equipo de barrio”, cuenta Abdellah. El albergue le facilita alojamiento, comidas y acompañamiento y deja libertad para que puedan salir a trabajar o a estudiar. “He dormido muchos días en la calle”, añade.
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