Los asesinos, esas ‘bellísimas personas’

Se repite a menudo cuando la paz del barrio es sacudida por un crimen a manos de un conocido. ¿Asesino el vecino? Puede ser, pero por encima de todo, ‘era una bellísima persona’. La frase es común. ¿Qué impacta en quienes la pronuncian? ¿Es que hay asesinos ‘normales’?

Publicado: 25 ago 2009 - 13:28 Actualizado: 10 feb 2014 - 12:34

José Rabadán, el asesino de la katana. (Foto: Archivo)
José Rabadán, el asesino de la katana. (Foto: Archivo)

El irlandés George Best, leyenda futbolística del Manchester United, dijo una vez de David Beckham que no sabía chutar con la izquierda, no cabeceaba, no le quitaba la pelota al adversario y no marcaba muchos goles, ‘pero aparte de eso, está muy bien’. Esta fórmula para hallar lo bueno disimulado entre lo defectuoso, es también la utilizada por algunas personas para advertir que si por un lado sus vecinos tal vez sean asesinos y tengan sangre en sus manos, por el otro son también unas ‘bellísimas personas’. Donde puede haber cal, y en efecto la hay, algunos sujetos hacen para ver algo de arena.

En febrero de este año detuvieron en Rioboo (Cenlle) a un individuo como presunto homicida de una joven brasileña. Trascendió la noticia y se escucharon testimonios en el vecindario como este: ‘No nos esperábamos esto porque era una bellísima persona, y si mi apuras, poco espabilada para las mujeres’.

Sólo unos días antes había aparecido muerta en Ontinyent (Valencia) una pareja de ecuatorianos. Presumiblemente, él la había matado y después se había suicidado. La reacción de un vecino, ante la contundencia de esa cadena de hechos, fue decir que ‘Mauricio era muy celoso y positivo, aunque una bellísima persona’.

En 2006, en Lepe (Huelva) un guardia civil retirado de 71 años se suicida tras matar, presuntamente, a su hija de 35 años y herir a su pareja, de 68. Entonces, fue descrito por sus vecinos como ‘una persona normal, que nunca tenía un mal gesto. Siempre estaba sentado en el portal, muy tranquilo,

hablando con el jardinero de la urbanización. Nunca le notamos nada raro, parecía una bellísima persona’.

Así, decenas de casos.

Impacto y asombro

¿Por qué ocurre esto? ¿Qué nubla sus mentes? ¿Qué clase de belleza es esa? ¿Qué les permite encontrar, dentro del horror, un oasis de encanto? ¿Acaso existen dificultades a la hora de objetivar el asesinato y valorarlo como algo fundamentalmente criminal y trágico? Carlos Thiebaut, catedrático de Filosofía en la Universidad Carlos III, considera que esas dificultades puedes significar varias cosas. Primero sorpresa. ‘Lo advertimos con frecuencia en la violencia de género: la sorpresa de los vecinos ante un hecho que no cuadra con lo que sabían, o percibían de su conducta o del comportamiento de la pareja’. Otras veces es complicidad, como ‘la del entorno de la mafia -o de un cartel de droga, como en Galicia no hace tanto-, o la tolerancia ante comportamientos que se han tomado ya por consuetudinarios’.

La dificultad también puede ser la que experimenta el entorno para formular un juicio porque ‘es difícil (arriesgado, costoso personalmente, etc) juzgar, condenar o repudiar’.

La objetivización del asesinato en el área vecinal del asesino es compleja porque ‘en primera instancia la muerte impacta y causa asombro, así como versiones encontradas sobre los motivos, el carácter del asesino o las relaciones personales’, señala María Xosé Agra, profesora titular de Filosofía moral y política en la Universidad de Santiago. Para valorar la acción y a quien la comete, ‘conviene distinguir entre comprender, condenar y juzgar’. Poner en funcionamiento la capacidad de juzgar, no en sentido jurídico, no es fácil de conseguir ‘sobre todo si la pregunta que se genera en el fondo es ‘¿cómo una persona normal llega a convertirse en asesino’?’.

El 5 de agosto la Policía detuvo en Vimianzo a un hombre que ejercía la medicina sin poseer titulación desde hacía 22 años. Entrevistado uno de sus pacientes, manifestó que a él le iba muy bien con el detenido, por lo cual ‘si no tiene título, deberían dárselo. Además, como persona es un diez, un fuera de serie, es una bellísima persona’. Nadie, en este caso, había matado a nadie, pero el comportamiento delictivo aparece igualmente diluido. ¿Cómo se explica? ‘Llamar a alguien bueno es un juicio que se hace en un contexto. Si éste está marcado por el desconocimiento detallado de la persona, o simplemente da por buenos moralmente comportamientos y conductas que, en otra perspectiva, externa, se tomarían como repudiables, no es tan extraño que el asesino resulte una bellísima persona’, subraya irónicamente Thiebaut. En determinadas circunstancias ‘el criminal, en su entorno social, responde al perfil considerado ‘normal’, y por otra parte, y en especial en el caso de la violencia contra las mujeres, ésta se naturaliza, se ve como algo propio o incluso no se percibe como violencia’, afirma María Xosé Agra.

Carlos Thiebaut llama la atención sobre la universalidad del fenómeno y propone acercarse a él desde una perspectiva histórica: ‘Los verdugos, los torturadores, Auschwitz, las dictaduras, pueden generar bellísimas personas como padres, esposos, vecinos... Es lo que Hannah Arendt denominó la banalidad del mal. Éste llega a extenderse sin que nos demos cuenta, y entumece nuestro juicio’. Propone la revisión de El lector, de Bernhard Schlink, novela donde se aborda el holocausto y el modo en que a veces llegan a ser juzgados los culpables. ¿Eran monstruos despiadados sin conciencia moral? ¿O acaso eran personas ‘normales’ como todos nosotros?

Tolerancia a la violencia

Puede haber, según Thiebaut, una ‘habituación a la violencia, la damos por descontada, como obvia, como usual. En situaciones de violencia generalizada podemos elevar el umbral de nuestra tolerancia hacia ella. Las guerras son un caso así’.

Estos días se estrena Enemigos públicos, film basado en la vida de John Dillinger, legendario atracador de bancos de EE.UU., asesino ocasional de policías cuando el plan de fuga se torcía, pero también icono de la Gran Depresión que siguió a 1929.

El entorno social de rencor que provocó la animadversión hacia los banqueros tras el crack tuvo como resultado la admiración hacia personas como Dillinger, que todavía hoy sobrevive como mito del rebelde vengador. De algún modo, dadas ciertas condiciones, la violencia seduce. ‘Siempre tiene que ver’, señala la profesora Agra, ‘con las relaciones de poder, con sentirse extraordinario, mejor, superior o poderoso frente a la víctima. Frente a la violencia del asesino a sangre fría, que premedita o calcula, la seducción de la violencia parece un juego, una mayor pérdida del sentido de la realidad y de mayor irreflexión, que se acerca más a lo virtual’.

La fascinadora estética construye la violencia

¿Qué tiene la violencia? ¿Qué expele alrededor que cautiva? ‘Personalmente creo que hay una seducción de la estética de la violencia’ que sin embargo ‘no es idéntica a la aceptación de su bondad en la vida real. Podemos dejarnos seducir por la estética de Tarantino en Kill Bill, aunque sabemos, de alguna forma, que ese no es nuestro modo de vida. La seducción de la violencia no es nunca per se: se produce por la aceptación de que ‘hay que castigar a los malos’, de que el héroe tiene virtudes que son dignas de admiración’.

Jack Unterweger (1951-1994) fue un escritor austríaco y un asesino en serie que mató 12 prostitutas en diferentes países. Su primera condena por asesinato le llegó en 1974, pero en los años 90 sería liberado tras una campaña de intelectuales y políticos, que lo ponían como ejemplo de preso rehabilitado. Al salir siguió matando. Pero sobre todo sorprende la seducción que ejerció sobre hombres cultos de toda Europa.

La violencia forma parte de nuestra cultura. ‘Comenzando por la guerra, por la no resolución pacífica de los conflictos y continuando por la naturalización de fenómenos violentos. A no ser que se defienda que la violencia es consustancial a la lucha por la supervivencia, que nos determina genética o biológicamente, la violencia se encuadra en la construcción social, cultural y política, de ahí que, además de las viejas formas de violencia, se hable de nuevas formas’, argumenta la profesor Agra.

Símbolo de la naturalidad con la que la violencia sacude el perímetro es un libro como Del asesinato considerado como una de las bellas artes. Era 1827 y Thomas De Quincey consideraba que al asesinato le había llegado ‘la hora del buen gusto’. Algo imposible de publicar si la violencia no hubiese estado ya tan embutida socialmente que permitía bromear. No hay que retrotraerse a De Quincey para advertir una mirada literaria y estética sobre el crimen. Thiebaut recuerda que en la primera guerra de Irak un periodista describió entusiasmado los bombardeos como ‘un árbol de navidad’, en lo que se denominaba una guerra limpia que permitía no ver a las víctimas. ‘La violencia’, subraya el catedrático, ‘es una forma de la acción humana. La cultura no es tanto la presencia de la violencia, sino las formas de su aceptación. Y no veo, ni siquiera ahora, que no tengamos formas de justificación (la defensa propia, la evitación de la violencia contra otros), las cuales tienen, todas, un estatuto borroso e inquietante’.

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