El comedor social que llena las mesas

El convento de San Francisco tiene los fogones encendidos desde hace casi cuatro décadas para dar comida a más de un centenar de personas sin recursos. Fray Tito, dos cocineros y siete voluntarios “les sirven” de lunes a sábado

Carmen, cocinera del comedor de San Francisco, preparando arroz con carne en una de las ollas.
Carmen, cocinera del comedor de San Francisco, preparando arroz con carne en una de las ollas. | I.L.

Dos platos de comida, agua, pan, y un bocadillo para llevar con bollería, yogur o fruta. Ese es el menú que se prepara y sirve en el comedor social del convento de San Francisco para una media diaria de 100 personas desde el año 1988, la práctica totalidad de la capacidad.

El franciscano Humberto González, conocido como Fray Tito, es el responsable de este servicio desde hace tres años. Le acompaña Carmen, la cocinera, y su ayudante, Manuel, junto a otros 7 voluntarios que se encargan de colocar las mesas, recoger y preparar todos los bocadillos. “La organización da algo de trabajo, pero se lleva bien”, explica Fray Tito con humildad y una tímida sonrisa, haciendo honor a la Orden de la que forma parte.

El servicio se organiza en dos turnos, puesto que el comedor tiene capacidad para 56 personas, y el primero empieza a las 12.30 horas. Al mediodía ya comienzan los comensales a hacer cola en la calle. Entre las personas que acuden diariamente están Oriana y Oswaldo (nombres ficticios), un pareja que llegó de Venezuela pero aún no tienen trabajo. “Para nosotros esto es como una salvación. Tenemos una ayuda de 400 euros, pero ¿qué hacemos con eso?” Ellos comparten mesa con personas sin techo y otros usuarios “de todo tipo”, según explica el padre Tito. No en vano, a este salón no se le niega la entrada a nadie ni se le pregunta por su procedencia.

El servicio tiene dos turnos por falta de espacio y entre el perfil de usuarios crecen los jóvenes y extranjeros

El responsable del comedor asegura que casi nunca bajan de las 90 personas e incluso alguna vez llegaron a los 200. Actualmente, asisten personas “de todas las edades, menos menores, pero sí hay más jóvenes y extranjeros”. Durante los turnos también viene durante una hora una educadora social porque cada comensal tiene su historia y ninguna es igual.

Carmen, el alma de los fogones, comienza a cocinar a las 11 de la mañana. Su llegada a San Francisco fue “de casualidad” hace 18 años. “Trabajé de cocinera en un restaurante y un día hice la entrevista con el padre Gonzalo para aquí, porque la persona que estaba se marchó”, explica Carmen. “Fue una selección de trabajo como otra cualquiera, pero estricta. Pensé que debía de ser peligroso, aunque nunca creí que me cogerían. Tiempo después me llamó Gonzalo", asegura mientras corta decenas de zanahorias para preparar un potaje. ¿Es complicado? Carmen explica que “era más difícil trabajar en el restaurante porque había varios pedidos diferentes. Aquí ya le tengo tomada la medida y el menú viene hecho. Llegamos a tener 190 personas”.

Carolina, una de las voluntarias más madrugadoras, pone las mesas y lo hace con el gusto “de servirles. Porque estamos aquí para eso”, afirma. Por el momento, la plantilla solidaria, la mayoría de mediana edad, está cubierta, pero todos aquellos que quieran colaborar son siembre bienvenidos, afirman.

¿Cómo se mantiene el comedor? Gracias a los donativos de particulares y a proveedores habituales, como es el caso de dos supermercados de la zona, además del cepillo situado en una de las capillas de la iglesia, identificado como ‘Pan de los pobres’. “La verdad es que damos gracias porque nunca nos falta”, asegura Fray Tito. Y tampoco les sobra. La práctica totalidad del excedente se la llevan los usuarios porque a veces hacen falta más bocadillos que platos de sopa.

El padre Tito supervisa que el comedor esté preparado al mediodía.
El padre Tito supervisa que el comedor esté preparado al mediodía. | I.L.

Cuatro frailes

El convento de San Francisco está habitado actualmente por cuatro frailes. El padre Tito es el más joven, de 57 años, que llegó hace cuatro a Pontevedra, y tomó el testigo de Gonzalo Diéguez, el fundador del comedor y un referente. El más mayor ya cumplió 90. Ellos se encargan de toda la actividad litúrgica de una iglesia situada en pleno centro de la Boa Vila, del mantenimiento del único comedor social existente en el municipio, y de una biblioteca histórica.

La incorporación a la Orden de nuevos miembros “está difícil”, según reconoce Tito, pero no por ello cesan en trabajar sin descanso entre los muros de piedra del siglo XIII que ni siquiera un incendio en 1995 logró destruir.

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