Opinión

Ernesto y su capital

La verdad es que Ernesto siempre ha sido un ser temeroso de don dinero. No lo tiene como dios pero lo venera como sagrado. Así que ayer mañana cogió el carrito de la compra y, simulando regresar del supermercado, rodando rodando y en bus, se fue hasta el Banco de España. Partió antes de que saliera el sol con el propósito de coger un buen lugar en la cola, pero entre la distancia, pitos y flautas en la espera del urbano, cuando alcanzó su destino la fila de inversores estaba bien nutrida y rodeaba la manzana de la entidad bancaria. Resignación, se dijo. Y ocupó el lugar al frío cuando el sol asomaba sobre los tejados.
Desde las sucesivas crisis hasta la llegada del estruendo de 2008 había considerado que su capital estaba a buen recaudo en la tradicional Caja de Ahorros Provincial con la garantía del Estado. Pero así que vio bancarizarse las cajas, como una hormiguita parsimoniosa, para no levantar sospechas, fue retirando euro a euro los ahorros de toda una vida e, incluso, los destinados a la herencia de la familia. Entonces se planteó invertir en viviendas y tierras. Desistió porque eso implicaba un excesivo gasto de energías en administración, impuestos, arrendamientos... Desde entonces, comprada una caja más fuerte que grande, la pasta la ha tenido en la propia casa por cuatro razones. Una, la desconfianza en los banqueros famosos: Ruiz Mateos, Mario Conde, Jordi Pujol, Manuel de la Concha, Camacho, Rodrigo Rato… Dos, el temor a la falsedad de los muchos productos bancarios: fondos de inversión, acciones preferentes, obligaciones subordinadas, swaps, bonos estructurados… Tres, para una rentabilidad casi nula, la pasta mejor bajo el colchón. Y cuatro, la veneración por los billetes contantes y sonantes.
Han pasado doce años desde la ruptura total de Ernesto con los depósitos bancarios. Esta semana, oyendo hablar del fracaso de la globalización a los genios político-financieros de Davos, viendo como el número de bancarios con sueldo millonarios ha aumentado en un 70%, observando como los bancos suben los intereses a sus clientes deudores pero no pagan el ahorro inversor… ha empezado a temer por la defunción del euro y quizás, quién sabe, también del dólar pisoteados por el yuan u otra moneda poderosa desconocida. Solución, poner sus euros al recado del Estado. ¿Por qué?
Ernesto calcula que invirtiendo en letras, deuda y bonos del Tesoro su moneda, con uno u otro nombre, siempre tendrá valor. Además, insospechadamente confía en el gobierno de Pedro Sánchez por su habilidad para gestionar los impuestos –las encuestas y los resultados cantan-. Valora el poder del Estado, obligado a ser protector social de la ciudadanía, frente a los negocios de la banca, capaz de utilizar la crisis internacional para engordar, negándose a apoyar las necesidades del país donde viven y negocian. Con estos preceptos en mente madrugó antes del canto de los gallos y llenó el carrito de la compra de billetes de cincuenta euros en fajos de veinte. Para disimular el contenido, en la parte superior colocó unas lechugas frescas, una caja de galletas y una botella de cerveza, dejando ver las hojas al cerrar la tapa. 
¿Lo llevas todo? Preguntó María aún entre las sábanas. Casi –respondió-, dejo un pellizco gordo porque nunca se sabe. Ya en la cola del Banco de España un vecino observó: ¿De la compra? No hay que perder comba -respondió Ernesto. Parece que baja el interés de las letras -siguió el hombre-, hay más demanda que oferta. Sí, la carne ha vuelto a subir esta mañana -murmuró él.

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