Opinión

El cura amarillo

Cuando un sacerdote habla desde el púlpito sus feligreses confían en que esté predicando la palabra de Dios. Cuando el mismo cura utiliza su canal en YouTube debe resultar más difícil garantizar la inspiración del Espíritu Santo revoloteando sobre su frente y su verbo. Sabemos de clérigos, desconocedores de los más elementales principios de la religión, que han utilizado y usan tanto el púlpito, como los lados del Evangelio y de la Epístola, según cuadra, para soltar soflamas políticas, exponer ideas terrenales que nada tienen que ver con Cristo, aquel que arrojó a los mercaderes del templo. Son pastores que tratan de aleccionar a sus rebaños no en la fe, sino en cuestiones terrenales lejanas de las enseñanzas evangélicas. Y con harta frecuencia solo para defender las estructuras del poder religioso.
Ese pintoresco cura canario, vestido de amarillo vaticano, llamado Fernando Báez Santana, pertenece a la clase de personajes cuyo hábito no les hace párrocos, pero les da patente de corso para disparatar contra los mandatos de todos los dioses y las fuerzas de la humanidad, sin que nada suceda. Sin que las leyes humanas -que encarcelan a raperos o a quienes critican los anacronismos de las religiones-, lo detengan ipso facto, siguiendo una legislación bendecida por la propia Iglesia de la que no soy devoto, por supuesto.
Pienso todo esto porque el cura Báez, a pesar del escándalo que ha generado con sus criterios sobre el secuestro y asesinato de las niñas Anna y Olivia por parte de Tomás Gimeno, su padre, no está solo, ni su pensamiento es una excepción en el seno de la Iglesia. El Obispado de Canarias ha despachado el asunto con una nota de rechazo y un cambio de parroquia sin tomar ninguna decisión sancionadora para con Báez. ¿Hay tanto que pensar o enjuiciar cristianamente al respecto para no ejemplarizar con premura? No, francamente no. Por ello, al no hacerlo, monseñor José Mazuelo, su superior, se ha colocado en el mismo púlpito doctrinal del cura amarillo. Un personaje que vive miserablemente rodeado de cruces, gallinas, un gallo y una cabra. Que ha escrito una docena de libros, la mayoría sobre los guanches. Que se declara enemigo del presidente del Cabildo y tiene un espacio en YouTube donde cuenta por miles a los seguidores.
Sí, en la Iglesia de España aún pervive una legión de sotanas ancladas en el inmovilismo de la Inquisición, a quienes no podemos considerar simplemente burdos ignorantes. Profesan aquella fe dispuesta a quemar herejes para salvar almas. Están convencidos de que el matrimonio, si no es un estado de gracia, debe ser un suplicio redentor. Que la ilegitimidad de la mujer libre nace con el mito de Eva y debe transmitirse hasta el final de los tiempos. Mil veces escuché a mi madre preguntarse ¿qué narices saben estos curas de lo qué es el matrimonio? Y ¿qué absurdo estado es ese del celibato que les impide saber cómo de grande puede ser el amor entre un hombre y una mujer? Ella venía de un tiempo de sumisión, donde aún milita el cura Báez, pero era un espíritu inmensamente libre. Quizás por ello nunca pisaba los templos ni escuchaba las prédicas de los clérigos de su tiempo.
No me canso de gritar que la igualdad triunfará y la violencia machista desaparecerá cuando eduquemos para ello en la escuela. No es suficiente con concienciar, porque siempre habrá un cura amarillo con un púlpito y un canal en las redes al servicio del machismo irracional.

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