Opinión

Educación contra violencia

Ha concluido el confinamiento, han abierto las puertas del toril y han salido como fieras desbocadas. En poco más de una semana, seis mujeres y un niño han muerto en España como consecuencia de la violencia machista de maridos o parejas. Teníamos la sensación de que el enclaustramiento obligado por la pandemia había dado una tregua a estas atrocidades tan arraigadas en el espíritu machista ancestral. Pero no hay armisticio, no. La violencia seguía ahí, entre los trapos sucios que se lavan en casa, y no quiero imaginar los sufrimientos que han debido padecer esas mujeres y sus hijos bajo las miradas, amenazas y golpes de los maltratadores.

Han explotado y, como una cadena de tracas y fuegos artificiales, el problema ha vuelto a los titulares de los medios de comunicación, los minutos de silencio han recobrado sus tiempos, las críticas y estudios sesudos se han remangado para volver al trabajo, en las ágoras y palestras políticas se han reunido las cabezas pensantes. Volvemos por dónde solíamos. Abierto el diccionario, la palabra y el concepto predominante retorna a ser “concienciación”. Y yo me pregunto si es suficiente con concienciar a la ciudadanía de que la desigualdad y la violencia machista son execrables. ¿Cuántas décadas llevamos pegando carteles, inventando slogans, engordando manifestaciones y minutos de silencio? ¿Acaso puede pensarse que tanto esfuerzo no ha valido para nada frente a la barbarie de unas docenas de tipos descerebrados?

Mi respuesta es no. La concienciación ha funcionado y no son necesarias encuestas para demostrarlo. El primer acto ha sido un éxito, sin embargo el segundo aún no acaba de levantar el telón. Porque ya no basta con emitir mensajes positivos para remover las conciencias, es necesario educar en el mismo sentido y en ese camino las acciones son dispersas, faltas de recursos y objetivos globales coordinados. Cuando la educación en igualdad y contra la violencia machista entra en el mundo de la educación siempre va de la mano de la buena voluntad, de los esfuerzos del profesorado concienciado y de asociaciones o empresas privadas incapaces de salir de los reductos de cursillos y charlas aburridas para el alumnado. 

Esto no quiere decir que tales acciones sean inútiles, no. Son positivas aunque insuficientes. Y la prueba es fácil de ver en los patios de los colegios e institutos, en las aulas de FP y en los círculos universitarios. La concienciación anida en todos ellos pero la desigualdad sigue manifestándose en gestos, actitudes y situaciones evidentes. El machismo corre por las redes a la velocidad de la luz y la extrema derecha, en menos de un lustro, está peligrosamente avalando y rentabilizando su existencia entre los jóvenes. 
Por tanto, creo que es necesario y urgente crear una asignatura que imparta igualdad y contra la violencia machista. Una materia que se sustente sobre la tolerancia y la solidaridad. Sobre el conocimiento de la diversidad y la riqueza social que produce. Hay que enseñar igualdad con el mismo esfuerzo que se imparten matemáticas o lenguas o educación física. Y debe regularse como píldoras insertadas tanto en infantil como en primaria, como espacios de conocimiento en secundaria y bachillerato, y como encuentros para la reflexión en las universidades. Pero, ya digo, no de modo voluntarioso y circunstancial, sino como una materia reglada obligatoria.
Sé que estoy proponiendo una utopía porque sé que la competencia entre sexos y la violencia, en todos los ámbitos de la humanidad, son dos teclas de este concierto que, a las fuentes de los verdaderos poderes fácticos, no interesan silenciar.

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