Opinión

Esa diosa llamada Libertad

Probablemente solo sea libre quien se siente libre, aunque esté encarcelado. En estos tiempos de pandemia asistimos a un manoseo desmedido de la palabra y del concepto de libertad hasta el extremo de ver esa cosa devaluada y sin contenido. Si usted entra en Google y pide el término, sin más adjetivos, le aparecerán unos 276 millones de entradas, circunscritas a los veintidós años de existencia de la compañía. Esa abrumadora utilización rompe todos los moldes de la filosofía y sepulta las doce definiciones básicas de la RAE. Y no le aconsejo que intente encontrar la definición o frase propia y ejemplar de cualquier personalidad de nuestra historia, ya sea filósofo, artista, político, intelectual o deportista, porque ellos acabarán confundiendo su interés. Estoy seguro.
La Libertad, como la Justicia, es una diosa difusa y moldeable, que en todo tiempo ha generado millones de víctimas en las luchas por su consecución o defensa. Hasta llegar aquí. Quienes nacimos bajo la dictadura franquista colocamos la estampa de la deidad en la cabecera de la cama. Así en cada amanecer deberíamos recordar su inexistencia y cada noche desearla para el próximo día. Y corrimos escapando de los grises (policías) con la palabra y el grito en la boca. Procurarla se convirtió en un sentido de vida escrito en las paredes. 
Un día supimos de la revolución de Fidel Castro en Cuba y pegamos la foto del Che al lado de la estampa creyendo que ellos habían logrado el deseo de liberarse de una dictadura atroz. Sesenta años después el pueblo cubano recorre las calles pidiendo libertad contra quienes la usaron para oprimir a la ciudadanía con otra dictadura. Aquella revolución fue una falsedad más para añadir a los anales del desengaño. Lo grave, además del sufrimiento de los isleños, es que la mentira del castrismo revolucionario empujó al escepticismo a miles de creyentes y devotos de la diosa de mi generación.
Mientras tanto nosotros, Constitución en mano, construimos una democracia formalmente libre. Y durante cuatro décadas la estampa en el dormitorio ya no parecía necesaria, hasta descubrir que nos la están robando quienes no sólo no creen en ella sino que la prostituyen con desvergüenza. El tiempo de pandemia, por las restricciones y precauciones sanitarias, está siendo manipulado para pedir una hipotética libertad nunca secuestrada. Así vemos a la extrema derecha -feligreses de las dictaduras-, lucir pancartas exigiéndola y al Tribunal Constitucional concederles confusos apoyos en sus demandas. ¿Cómo es posible que hayamos caído en este retroceso social? Porque vivimos en régimen de libertad, es la respuesta más obvia.
Parece irrelevante, aunque ilógico, que se utilice el concepto contra un gobierno democrático. Pero no lo es. La fortaleza de la comunicación y la difusión de las ideas es hoy el arma más poderosa de la historia a disposición de quien sepa y pueda usarla sin cortapisas. Por ese camino en pocos meses ha calado la idea de que el Gobierno del Estado utiliza la pandemia para cercenar la libertad individual. Es la peligrosa estrategia de la derecha descontenta, ensayada en la Comunidad de Madrid con éxito electoral. Y es sorprendente cómo nos hemos encogido de hombros al comprobar cómo han logrado confundir lo sublime del derecho a la libertad con la opción a tomar unas cañas en la barra de un bar. Es la más grande caricatura de la libertad. Vivimos malos tiempos en los que sólo se me alcanza, remedando a mis amigos de Rompente –Avendaño, Reixa y Romón-, exigir que quiten sus sucias manos de la diosa Libertad.

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