Opinión

Morir de asco

Si quiere morir de asco marque o diga uno; si quiere que le ignoremos marque o diga dos; si desea que le mantengamos en espera marque o dita tres; para continuar desatendido pulse o grite cuatro; o cinco o seis. Qué más da, la lucha contra la máquina está perdida, incluso en el instante en que, harta de nuestro balbuceo nervioso o nuestros gruñidos de rabia, la voz metálica parece rendirse y nos dice que no nos retiremos, que nos pasa con un operador. Momento de éxtasis en el que por un instante creemos haber vencido, pero que solo supondrá la muerte en la orilla, al lamentar acto seguido desde el otro lado de la línea que todos los operadores están ocupados.
¿Ocupados? ¿Quiénes? Las dos o tres personas para la atención de los usuarios, que imaginamos en sus cubículos claustrofóbicos sin luz natural y asfixiados por unos auriculares que les comprimen la cabeza estarán embriagados y sordos de los gritos e improperios que escucharán de los afortunados desesperados que han superado su particular “Juego del calamar” para poder llegar hasta ellos y a los que pocas veces podrán aportar solución alguna.

Este periplo sufriremos cuando queramos conseguir una cita para el médico, o para una vacuna –incluso el temido Covid19- o para ser atendidos en general en la Administración Pública. Si necesitamos explicar nuestra situación particular, por requerir un tratamiento diferente, o una particularidad específica, podemos rendirnos antes de empezar. O todos los números de contacto están atendidos por actuaciones administrativas automatizadas, o la fortuna de lograr una comunicación personal excepcional terminará las más de las veces en un “tomamos nota y le pasamos la incidencia a su centro de salud, desde el que le llamarán”. Pero nuestra insistencia difícilmente conseguirá resolver nuestra incidencia.

Pero más grave aún que la desatención de quienes tienen la obligación de prestar los servicios públicos y el deber de asistencia a las personas, es tener que asumir que nuestro propio banco, al que confiamos inevitablemente nuestro dinero, tiene montada una infraestructura de trincheras para que sus propios clientes no lleguen al mostrador de atención al público –si lo hay- o sean repelidos con frialdad y malos modos, para remitirnos al cajero automático o a una banca electrónica desconocida en muchos casos para muchos y deshumanizada, que no entenderá nuestro problema particular y nuestra necesidad personal. Eso sí, tendrán un espacio habilitado para que nos tomemos un café, mientras instalamos y desinstalamos una aplicación imprescindible para cualquier cosa que necesitemos.

No nos tratará mejor nuestro seguro, ni las comercializadoras de suministros de luz, agua, gas, energía en general, o telecomunicaciones, que nos facturan lo que quieren pero no tienen la gentileza de hacerlo en persona, sin la barrera inicial de la atención –más bien desatención- por medios electrónicos. Estamos en nuestro Teminator particular, luchando contra las máquinas, dependiendo de cajeros automáticos, aplicaciones electrónicas, teléfonos inteligentes que se llaman así precisamente porque siempre, siempre, son más listos que nosotros. Como lo son a nuestra costa los responsables de organizar este nuevo mundo de la desatención total, que por intereses egoístas y económicos prescinde de recursos humanos y hace caja a costa de las personas, relegando especialmente a las más mayores que se mueren de asco en este planeta de simios de mentira, con todo el respeto a los simios de verdad.

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