Opinión

Cuidado con Sansón

AfaSansón -además de un vino dulce y acaramelado- fue uno de los últimos jueces israelitas antiguos que poseía una figura recia y una fuerza extraordinaria que utilizaba para realizar actos heroicos y combatir a sus enemigos, los filisteos, con los que hacía auténticas filigranas. Además de matar leones sin más armas que sus propias manos, o derribar templos de piedra como mantecados, era un apasionado de Dalila, filistea nada fea y de gélido corazón que embaucó al fornido pero enamorado Sansón para descubrir y anular el secreto de su fuerza.

Pocos desconocerán que su poder sobrehumano radicaba en sus cabellos largos, que Dalila cortó para debilitarle y ponerle a los pies de sus enemigos. Algunos de ustedes ya habrán intuido que esta introducción no es sino un símil de lo ocurrido a Pablo Iglesias, que se ha presentado humildemente a sí mismo en sociedad con un nuevo look de niño bueno, pelo corto, abstraído en la lectura y con aire ausente. Una imagen que ha causado mayor impacto incluso que el anuncio de su dimisión como líder de Podemos y el abandono de toda actividad política de partido e institucional. Quién lo diría. Él, que tomó la cartera de ministro con aires de pistolero preparado para batirse en duelo, con la melena lacia al viento; que acudió al Congreso de los Diputados con corbata fina, moño y tres pendientes de madera. Ahora encara su nueva etapa con la cara lavada, como diría mi abuela.

Iglesias ha perdido fuerza, se veía venir desde que en sus intervenciones y comparecencias había abandonado su fervor y efusividad resonantes, para adoptar un tono más plano y pausado. A veces, en su afán de parecer sosegado y verosímil casi había que pedir silencio y acercar la oreja para escucharle con claridad. Se ha vaciado, ha quedado sin energía. Pero atención, la energía ni se crea ni se destruye, solo se transforma, como su nueva imagen. Y sabemos bien cómo terminó la historia de Sansón, al que encadenaron a las columnas del templo y del que se mofaban los filisteos, dándole por moribundo. Su pelo y su fuerza volvieron para sepultar a quienes le daban por acabado. Pablo está lejos de ser una mosquita muerta, al tiempo. Seguro que tiene un plan maestro, catódico y mediático, que tras maratones de series y releer a los clásicos le traerá de nuevo a la parrilla, si no de salida, televisiva.

La pandemia también pierde fuerza, parece. La gente se confía, se relaja. Los gobiernos –central y autonómicos- discrepan, proponen medidas distintas, unos exigen mayor rigor en la lucha contra el coronavirus, que se mantengan pautas propias del estado de alarma, otros reclaman libertad para adoptar soluciones más laxas. La vacunación está ganando posiciones en su batalla contra el virus, cuyo envite puede estar perdiendo fuerza. Pero lo mismo ocurrió con Sansón, le creían sometido y acabó enardecido a hostias con quienes se pusieron a su alcance. Continuemos avanzando con precaución. 

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