Francisco Muro de Iscar
¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?
Si los árboles, de los incendios, no nos impidieran ver el bosque de la realidad humana, cultural y económica que se esconde tras ellos, dejaríamos las infinitas disputas, reproches y culpas para centrarnos en lo que de verdad importa. El noroeste peninsular, con excepción de su franja costera y los enclaves de sus ciudades del interior, es un mundo en vía muerta, un mundo que agoniza y al que la presente ola de incendios asesta un golpe que acelerará su descomposición.
Los esfuerzos bienintencionados para devolver vida a las aldeas, llevar a los jóvenes a desarrollar allí sus proyectos vitales o dedicar recursos públicos a construir cocinas comunitarias y soluciones habitacionales para entusiastas emprendedores, me han parecido siempre el producto de arriesgadas lecturas del Walden de Thoreau o la alucinada interpretación de la naturaleza ibérica de Félix Rodríguez de la Fuente. La invasión de testigos con cámaras en ristre, por motivo de la calamitosa ola de incendios, han traído a primer plano ese cuarto trastero donde se acumulan ruinas, precariedad y vejez.
En Galicia, como en nuestras comunidades limítrofes, todo este mundo hecho de inabarcables horizontes, bosques impenetrables, aisladas comunidades humanas y pistas abiertas con bulldozer para la instalación de los aerogeneradores, es la más dramática evidencia de la manida España vaciada. Un territorio administrativamente olvidado y entre los de menor densidad de población de Europa.
Puesto a imaginar un futuro distinto y posible, no veo otra alternativa que la valorización del monte. Para ello tendría que mudar el concepto estático y reactivo que del poder tiene el PP de Galicia, por otro dinámico y proactivo. A su vez, el BNG, que hoy enarbola las banderas de un rígido conservadurismo ambiental, debiera haber aprendido a desconfiar de los apriorismos ideológicos, como fue el caso de los desvaríos que O atraso económico (1972), de X.M. Beiras, provocó en tantas promociones de economistas y progresistas gallegos.
La aprobada Lei de Recursos Naturais de Galicia (2024), tan útil para explorar una nueva visión del medio rural, mostró la enquistada división política en esta cuestión clave. El monte, en el interior de Galicia, admite la ganadería extensiva y la gestión forestal, hoy inexistente. Debe permitir el uso del viento, los derechos por la captura de carbono de la atmósfera, el agua y el subsuelo, con todas las garantías medioambientales. Será imprescindible atraer capitales, públicos y sobre todo privados; dar seguridad jurídica y hacer partícipes de los derechos y beneficios a las comunidades locales y a los propietarios del monte.
Frente al abandono de la Galicia interior, se necesita un plan para dar valor a lo que hoy parece no tenerlo. No habrá hoy en el país otra tarea ni más urgente ni más trascendente.
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