Fernando Ramos
La manipulación política de la denuncia contra Suárez
Mientras el ejército de Israel masacraba a los palestinos e iniciaba la invasión del Líbano tuve la tentación y me di el gusto de volver a ver “La lista de Schindler”, la gran película de Spielberg sobre el terrible holocausto judío en Alemania. Uno de tantos episodios que nos ayudaron a simpatizar con el pueblo hebreo moderno, tan maltratado desde la antigüedad hasta el siglo XX. Sin embargo, antes y después del visionado, las noticias me trajeron dolor y rabia contra ese Estado israelita artificial, de poco más de nueve millones y medio de habitantes capaz de poner en solfa la paz en Oriente Medio y del mundo entero. Quise imaginarme a los posibles Schindler de Palestina y no encontré el argumento necesario por ninguna parte. Sí vi a Hitler y Mussolini redivivos en la figura y gestos de Netanyahu, con Putin al fondo. En esta segunda década del siglo XXI estamos a un siglo justo del nacimiento de los regímenes totalitarios, nazismo y fascismo, que hicieron temblar y morir a nuestros abuelos. Nos repetimos sin remedio aun conociendo la historia o quizás por conocerla.
Pensé que puede ser una frivolidad traer a este desconcierto la figura y las profecías de Nostradamus tan útiles para justificar la predestinación fatalista de la humanidad. Pero no. En 1555 el esotérico sabio francés anunció y se cumplieron las dos grandes guerras mundiales del siglo pasado y nos previno sobre una tercera que habría de explotar en Oriente Medio al principio de la presente centuria. ¿Estamos en ello? Tal que sí lo parece sin que las democracias plenas se pongan de acuerdo para evitarlo mientras otro dictador, Putin, aprieta el cinturón de la débil Europa y rapta nuestra tranquilidad acariciando el botón nuclear con el que dar la razón a las enrevesadas cuartetas de Nostradamus. En 2024 “un adversario rojo palidecerá de miedo, aterrorizando al gran océano”, escribió el vidente. Esta concatenación de sucesos e ideas parece un despropósito propio de un día de ayuno. No lo es. Tampoco sé si es producto del dolor por los pueblos masacrados o del miedo a los totalitarismos, que vienen pisando fuertes y seguros, como el lobo astuto que aguardaba su turno, paciente desde las derrotas del pasado. Nada nuevo, otra vez.
Parece inútil, o probablemente peligroso, el avance de las tecnologías, la exploración del cosmos, la progresión de las telecomunicaciones, la regulación de la economía mundial, las organizaciones políticas internacionales… Creíamos en ellas como el camino hacia un mundo mejor, más equilibrado y justo. Pero los dictadores estaban agazapados y se han apropiado de ellas levantando la bandera de la libertad como coartada, utilizando las instituciones para esquilmarlas desde dentro. ¿Por qué EE.UU. apoya las masacres de Palestina y del Líbano y azuza el enfrentamiento con Irán resguardando a Netanyahu con armamento y dólares? ¿Por qué Alemania mantiene vivo el complejo de culpa no redimido por los posibles Schindler de todo un siglo? ¿Por qué consentimos que los intereses del capital sean más decisivos que el bien común? Porque la hipocresía capitalista se ha convertido en la principal religión de nuestro tiempo.
Sí, se me dirá que todo esto no es nada nuevo como avala la historia. La diferencia reside en que ahora lo conocemos y participamos de ello en directo con la misma fidelidad real de ir a comprar el pan cada mañana. Porque nos han vacunado contra las cifras de muertos y lo que realmente nos preocupa son los números de nuestra hipoteca. Aquello de la igualdad, la solidaridad y la paz es una cantinela de otro tiempo.
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