Opinión

Las urnas que no mienten

Hubo un tiempo en el que el PSOE, en el que muchos creímos, era un partido integrador y profundamente comprometido con el orden institucional en el que nadie preguntaba por el pedigrí político ni colocaba barreras ni cordones sanitarios, ni aislamiento ni muros a aquellos que aspiraban a sumarse a su proyecto. Era un partido joven y comprometido, surgido de una carcasa apolillada y vacía, que una banda de chicas y chicos animosos recién salidos de la facultad rellenaron –probablemente con la aquiescencia e incluso con la colaboración solapada de los servicios secretos del agonizante franquismo- para montar la necesaria respuesta que equilibrara el espectro político y ofreciera una naciente alternativa, europea, moderna y asumible por la izquierda para ser adoptada y hecha propia por cualquiera. De aquel PSOE vital y soñador que un tal González fue esculpiendo tutelado por la socialdemocracia alemana, recorriendo España conduciendo su propio coche  ciudad a ciudad y pueblo a pueblo, no queda otra cosa que un nombre absurdo que ya no responde a los principios que guiaron su prometedor y valeroso renacimiento a partir de aquel viejo y gastado partido de Llopis en el exilio que los periodistas llamaron Histórico por citarlo de algún modo. Fundado gracias a la vehemencia y el desvelo de un honesto cajista de imprenta gallego llamado Pablo Iglesias en una sesión regada con vino y cerveza en la taberna Labra –aún existe hoy y ofrece unos deslumbrantes pinchos de bacalao- en mayo de 1879, llega a sus 145 años de existencia convertido en una lamentable caricatura de sí mismo, entregado a los caprichos de un sujeto vanidoso y pedante que, paradójicamente, no ha ganado unas solas elecciones en toda su vida. Un caballero de un metro noventa de estatura y apariencia sugestiva, que se expresa fluidamente en inglés y que ha hecho trampa hasta para redactar y concluir su tesis fin de carrera.  Ese  delirante irresponsable que conduce el viejo partido con mano firme a la ruina, ha recibido una nueva bofetada en la mejilla que, en su disparatado extravío, no se ha dignado en estudiar  detenidamente porque hacerlo sería renunciar y renunciar no entra en sus planteamientos. Allá él y su quimera. Acabará con el PSOE y con el país.

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