Opinión

Patología de citas

La situación generada por la supuesta invitación al diálogo del jefe de Gobierno al de la Oposición es otra muestra más de comportamiento bordeando el ridículo que tanto y tan propiamente distingue a la división de conductores de opinión que habita en la Moncloa. A sabiendas de que la precariedad de la invitación cursada por Presidencia es tanta que a Feijoo le resultará imposible aceptarla en las condiciones en las que ha sido puesta en su conocimiento, los talentos que se pasan el día elaborando estrategias para salvar la cara del presidente, saben de antemano que en semejante ámbito la reunión es imposible. Sobre todo, porque entre otras variables, esos brillantes pensadores de la táctica y la técnica lo primero que no ignoran es que el que precisamente no quiere tenerla es el propio presidente. A partir de ahí, todo vale. Vale que el interesado se entere de que ha sido invitado a una reunión en Moncloa por la prensa, vale que no haya recibido ni orden del día ni apunte alguno sobre el temario a tratar, vale que no conozca quiénes asistirán al cónclave por parte del Gobierno, vale que las fechas y las horas  las ponga Presidencia sin tener en absoluto en cuenta ni respetar la  agenda del invitado… Vale todo con tal de que Feijoo no acepte. Naturalmente y, a la vista de las condiciones de la cita, no acepta. Y a partir de ahí, se da rienda suelta a los reproches y vuelta a empezar. Es una patraña sobre otra, una indignidad que precede a la indignidad siguiente, una cadena de imposturas cada vez más insistente, una mentira tras otra y, en definitiva, una vergüenza que erosiona el comportamiento democrático y acaba con la paciencia de cualquiera. Pero eso es lo que hay y no hay que buscar más razones que las existentes.

Sánchez no solo no quiere sentarse a dialogar con la oposición –que por cierto le venció en las urnas- sino que la desprecia. En eso y en otras muchas cosas debería tomar nota de las relaciones entre Cánovas y Sagasta, que no se tenían gran aprecio en el plano personal pero  que se respetaban escrupulosamente en el ámbito parlamentario. Sus reuniones eran frecuentes, honorables, sinceras, no muy simpáticas pero útiles. Sobre todo, útiles. Encuentros sin componendas ni trucos de chistera. Encuentros cabales, honrados y a cara descubierta. No como ahora.

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