Opinión

Panorama desde el puente

Ayer tuve ocasión de encontrarme con tres veteranos, antiguos congresistas y aún senadores, con los que tuve ocasión de recordar los viejos y buenos tiempos. Representante cada uno de una tendencia ideológica, y todos ellos rivales entonces en las bancadas, conservan hoy una buena amistad, fruto sin duda de una relación sensata y respetuosa habida entre ellos mientras desempeñaron sus funciones en el Hemiciclo, que no estuvieron exentas de una intensa batalla dialéctica habida en la defensa de sus planteamientos mientras duró el debate. Fue, como ellos mismos reconocían a estas alturas de la vida, un ejercicio muy duro pero francamente reconfortante que a todos enriqueció y a todos hizo mejores. Los tres coincidían en reconocer con pesar que las Cortes que ellos vivieron en su tiempo nada tienen que ver con las de ahora. Ni en el modo de afrontar la vida parlamentaria ni en el reparto de los espacios, una función directamente  entroncada con el desarrollo de sus atribuciones.

Los viejos solemos pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, y solemos caer también y por tanto, en un auténtico rosario de errores. Pero la contemplación del panorama político y la constitución del arco parlamentario son cuestiones tan tristes que, en este caso, parece lícito dar por bueno el repetido pensamiento. Cualquier tiempo pasado fue mejor o cualquier tiempo presente es menos bueno. Contemplar cómo el Parlamento se ha convertido en una especie de mesa petitoria en la que los representantes de partidos minúsculo –que ha conseguido una representación parlamentaria en función de una ley electoral cada vez más impracticable- no piensan en otra cosa que en el despreciable “qué hay de lo mío” produce vergüenza. Escuchar intervenciones como la que la presidencia del sagrado recinto toleró a los representantes del Bildu sin aplicar el preceptivo reglamento de la Cámara, transmite repeluco y dentera. Escuchar el lenguaje de farra y taberna que emplean muchos de los parlamentarios cala muy dentro. Asistir a una degradación paulatina de la vida parlamentaria nacional no puede traer nada bueno. Estas Cortes no tienen buen aspecto y acabaremos por padecerlo.
Pero no debemos olvidar que las Cortes no son otra cosa que el reflejo de una sociedad que es la nuestra, la que constituye la España del nuevo milenio. Por eso, debemos hacérnoslo mirar todos. Porque todos somos responsables de este panorama desolador.

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