Opinión

Monarquía sin monarcas

La Historia, que es la gran maestra a la que todos deberíamos acudir para  aprender cuando nos aprieta el zapato, nos advierte de que desde Carlos III a esta hora, solo dos de nuestros monarcas han acabado sus días con la corona puesta, y a esa reflexión es imprescindible acceder en estos días en el que hemos dejado al rey más solo que la una enfrentado a una situación a la que nosotros mismos y nuestra legislación le obligamos a enfrentarse con las manos atadas. 
La cadena de monarcas destronados en este país nuestro tan largamente monárquico es larga e intensa. Carlos IV hubo de salir  huyendo junto a su mujer la reina María Luisa  a Francia y allí acabó abdicando en Fernando VII, un individuo infame que acabó falleciendo con la corona calzada dejando de paso una larga y sangrienta guerra civil  por causa dinástica. José Bonaparte que le antecedió,  también hubo de ausentarse aunque para paliar el disgusto se llevó las joyas de la Corona. Tras la regencia de María Cristina de Borbón -que también acabó cruzando la frontera- llegó su hija Isabel II a la que exilió la Gloriosa del 98 y a la que sucedió un señor que pasaba por allí llamado Amadeo de Saboya que duro un par de años escasos. Vino luego Alfonso XII, el segundo en morir con la corona aunque se fue sin haber cumplido los treinta a cuenta de la  tuberculosis que apenas le dejó tiempo para nada. Tras la regencia de Cristina que fue más compleja de lo que cabía esperar, llegó Alfonso XIII que tampoco terminó su ciclo, huyó en 1931 y acabó triste y abandonado en un hotel de Roma. Juan de Borbón ni siquiera reinó y a Juan Carlos se lo llevó por delante una señora rubia y un elefante. En resumen, un rosario de situaciones que especifican la precariedad de una monarquía en un país monárquico salvo dos repúblicas fracasadas y una dictadura, un original e inimitable despropósito.
El rey actual –que parece mucho más serio y sensato que la mayor parte de los que le precedieron- lo hemos dejado solo ante el peligro y constitucionalmente inerme para defenderse de los ataques directos de aquellos que pueden gobernar si los que tienen la obligación de defender la ley y los poderes legalmente constituidos no reaccionan. Felipe está seriamente amenazado, pero el presidente del Gobierno que debería defenderlo no solo no lo defiende sino que  está  muy contento colaborando en su contra. Vaya papeleta que le toca. Ser rey no es tan fácil. 

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