Opinión

Un ministro sin sentido

Asistiendo al rosario de disparates que jalonan el desempeño ministerial del Óscar Puente no es extraño que uno se pregunte a qué ha obedecido este nombramiento. En todos los gabinetes, desde que se estableció en nuestro país el sistema de gobierno que incluía un consejo ministerial, instituido paradójicamente por Fernando VII, existen ministros que se apartan de la línea morigerada y serena con la que habitualmente se suele identificar a los miembros de un equipo gubernamental, y nuestra historia no es parca en personajes que se salen de lo corriente. Pero un estrépito como el de este hombre no se da con frecuencia, y sus actuaciones no solo se apartan de lo corriente sino que no tienen ni sentido ni explicación alguna. Puente es lo que podría catalogarse sin la menor vacilación como “boceras”, un viejo término que usaban los clásicos y que define con exacta propiedad el comportamiento  de un sujeto “bocazas, hablador y jactancioso” como lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

El por el momento último episodio de su ya larga exhibición de inconveniencias, ha consistido en acusar al presidente de un país con el que se mantienen relaciones muy estrechas como Argentina, de salir al estrado tras la ingesta de sustancias. O lo que viene a ser lo mismo, acusarlo de drogarse. Se trata de una estúpida barbaridad que no tiene ni sentido ni disculpa. Pero si bien este  absurdo comportamiento lesiona gravemente el prestigio español en el exterior y más aún si es dirigido a una nación soberana que es además de nuestro propio entorno para peor efecto, no es lo más importante sospechar que un acto de esta dimensión no puede pasar inadvertido y no debe escaparse sin el correspondiente castigo, sino plantearse seriamente por qué Pedro Sánchez ha decidido elegir como ministro a un personaje con este perfil. Explicarlo es difícil.

Óscar Puente no es un ministro y la prueba es que su departamento es en estos momentos un ámbito caótico lastrado además por la falta de recursos y una gestión cada vez más lastimosa. Él es un elemento colocado allí para cualquier cosa menos para gobernarlo. Y eso, en un país serio y democrático no puede tolerarse. Lo que pasa es que catalogar de drogata al presidente de un país amigo no debe estar incluido en la famosa máquina del fango que asola a este país y deteriora su democracia. ¿O sí…?

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