Opinión

Cuarenta años después

En 1982, y por razones no libres de curiosos procesos, me encontré formando parte integrante de la infraestructura organizativa del Campeonato Mundial de Fútbol  en sus sedes de Vigo y A Coruña. Balaídos había sido sometido a un profundo plan de remodelado que incluyó la demolición completa de su grada de río para ser sustituida por una nueva y flamante tribuna acorde con los preceptos exigidos por los comités organizadores, y allí se dieron cita las selecciones de Camerún, Perú, Polonia e Italia. Los polacos –que tenían un señor equipo- se hicieron con un merecido tercer puesto final e Italia ganó el torneo. Vimos por tanto lo mejor de aquella cita  histórica, pero lo cierto es que la fase jugada en Balaídos -a la que asistí llevando colgando del pescuezo un escapulario plástico con mi credencial- fue un completo aburrimiento y se saldó con cuatro empates y cuatro goles. La única victoria de todo el grupo la firmó por 5-1 Polonia ante Perú en Riazor. España no pasó de la segunda fase con una actuación para olvidar.

De aquel Mundial del espeluznante Naranjito y el desastre de los jugadores a las órdenes de Pepe Santamaría han pasado cuarenta y un años, una porción de tiempo más que suficiente para que el país participe otra vez en la organización de una Copa del Mundo subsanando los errores deportivos y administrativos que se cometieron hace casi medio siglo en aquella cita que convirtió al presidente Pertini en el político más querido del mundo y el abuelo que todos quisiéramos tener. El de hoy es un campeonato del siglo XXI, compartido con dos países más y con salidas allende los mares que proponen aspectos de un evento nunca soñados. El partido inaugural en Montevideo y encuentros a disputar en otros países de Latinoamérica, como corresponde a un acontecimiento celebrado en un mundo en el que se han eliminado las distancias y se han borrado las fronteras.

Pero lo que de verdad interesa y es necesario aprovechar es el poder integrador del futbol y la probada capacidad de unión que su efecto ha producido siempre. No es fácil aventurar qué seremos en 2030, pero lo que no puede negarse es que el fútbol es el único pegamento fiable para unir  una nación desunida. Gobierne quien gobierne y sea cual sea el reparto político del territorio, el Mundial de España, Portugal y Marruecos debe servirnos, al menos a nosotros, para juntarnos, Ojala así sea.

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