Opinión

Bienvenidos al nuevo año

La vuelta a la normalidad tiene este año el sabor amargo que suele hacer acto de presencia en las resacas. Cuando uno ha bebido más de la cuenta y se ha pasado de rosca la noche anterior, suele enfrentarse a un despertar aciago. Cuerpo macilento, dolor de cabeza, deseos a menudo inconclusos de arrojar lo que se lleva dentro, visión defectuosa, mal aliento, pesadez de estómago, debilidad, sueño, arcadas, rigidez articular… Los excesos nocturnos pasan una infernal factura que suele durar cuarenta y ocho horas de infierno, y promesa –casi siempre incumplida- de no volver a empinar el codo nunca más. Año nuevo, vida nueva.

La situación política planteada en estos albores del año que comienza, ofrece al ciudadano medio que ni está especialmente sensibilizado con la política ni siente especial pasión por una u otra ideología, un espacio de dudoso gusto y un panorama  sensiblemente pesimista. Es un ejemplar muy común sin ansias ni pretensiones,  en el que prima el deseo de una vida sencilla, un trabajo estable y unos medios económicos y sociales razonables en su modestia, que le permitan sacar adelante a su familia con el menor número de angustias posibles, además de pedir que le dejen  disfrutar de las pequeñas cosas. Nada fuera de madre.

Por desgracia, este escenario que se ha ido dibujando poco a poco y apoderándose de la vida común, el diálogo cotidiano y el texto de los periódicos, no es precisamente un modelo de serenidad y comprensión porque el distanciamiento ideológico y el renacer absurdo de las dos Españas  alentado por un Gobierno irracional y una oposición que no le va a la zaga, están planteando una concepción de país que vuelve desgraciadamente a la casilla de salida tras más de medio siglo de logros espaciados que mejoraron la vida común de los españoles, derribaron barreras ideológicas y aportaron sentido común y sensibilidad a un entorno muy difícil que salía de las tinieblas construidas por una negra dictadura.

Salimos a un nuevo año que no va a ser ni sencillo ni divertido. Y lo hacemos conducidos por la peor clase política de la que yo tengo noticias desde los tiempos de Fernando VII. Una clase política, irresponsable, desleal, inculta, incompetente, inoperante y lo que es mucho peor, incapaz de asumir sus propias limitaciones. Hace unos años –no demasiados- ninguno de ellos podría ocupar un solo cargo. Hoy son presidentes, ministros, alcaldes, senadores y diputados. Bienvenidos a 2024.

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