Opinión

La mano con ojos

Hace unos años que cayó “El Compayito”. Y usted, dilecta leyente, se preguntará quién es este tipo. Pues el andoba se llama Óscar Osvaldo García Montoya, y era el jefe de la más despiadada banda de México, conocida como “La mano con ojos”, que él mismo había fundado poco tiempo atrás.
En muy corto espacio, el cárter se liquidó a más de 900 personas, entre rivales, policías, testigos incómodos y chivatos, con el único fin de sembrar el terror con sólo oír su nombre. De este necrológico número, a 300 los decapitó personalmente “El compayito”. El sujeto presumía de que lo veía y lo oía todo. Lo que recuerda al difunto Rubalcaba.

A pesar del pavor que infundía, una recompensa de 5 millones de pesos fue el precio de su delación. Lo que demuestra dos cosas: que las lealtades entre villanos no existen y cómo el dinero corrompe en todos los estamentos.

Osvaldo había sido antes militar de élite  y policía (entrenado para acabar con los malos), pero pisó la tenue línea que separa al héroe del villano. Lógicamente uno no se pasa al lado oscuro, de un día para otro, ni se hace jefe de una banda de la noche a la mañana. Primero suele producirse un descontento con su labor, seguido de cierta frustración, porque cree merecer más de lo que le reconocen y, sobre todo, falta de interiorización de los valores morales, todo ello unido a una carencia de firmeza en su vocación de servicio a la sociedad. Luego la oportunidad, que parece le surgió cuando conoció a los hermanos Beltrán Leiva, famosos narcos. 

Lo curioso es ver cómo cantan estos malhechores en los interrogatorios del Fiscal grabados y con difusión oficial, y es que una cámara de televisión tiene un atractivo al que es difícil sustraerse (no hay más que ver como los testigos se explayan en los medios de comunicación, donde los ve y oye todo el mundo, y luego, son reacios a declarar en el juzgado).

Lo más sorprendente fue cuando el “compayito” le dice al fiscal que lo tenía en su lista negra, porque le envió 400.000 dólares para que se olvidara de él, y no cumplió. A lo que el fiscal parece querer justificarse, negando haber recibido el convoluto.

Otra de  las curiosidades, es cuando el gualtrapa dice que había recibido ofertas de alianzas con otros cárteres, pero que las había rechazado por no estar de acuerdo con la extorsión y el secuestro. Lo que parece indicar que hasta el más desalmado tiene sus reglas de conducta, por muy raras y contradictorias que resulten.

Al final, terminó su declaración televisada, lamentando que no le hubieran dejado tiempo para decapitar a unos cuantos más, incluidos sus delatores.

Lo que pasará ahora, dilecta, es que otro ascenderá en la escala del crimen y ocupará la vacante que deja el “compayito”, posiblemente el mismo que lo delató, que a su vez será traicionado por otro, y recordaremos a Julio Iglesias cantando “La vida sigue igual”.

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