Opinión

A vueltas con don Cristóbal

El investigador cangués Ángel Carracelas ha retomado el hilo donde lo dejó el marino vigués Alfonso Philippot, fallecido hace ahora dos años, para volver a la carga, convencido de que la razón está de su parte. El asunto es la identidad de Cristóbal Colón, que consumió a Philippot durante años, entregado por completo a buscar datos que pudieran confirmar su tesis: que Colón no solo era gallego, sino que además ocultaba su verdadera identidad, la del noble Pedro Madruga, un personaje espectacular, paradigma del final de la Edad Media e inicio del Renacimiento que desapareció de la noche a la mañana. Justo cuando apareció en escena el Almirante. 

La montaña de datos que recopiló Alfonso Philippot, a quien no se le puede culpar de chauvinismo porque era hijo de un italiano, se puede resumir en al menos tres hechos contrastados: que Colón, aunque se dijo genovés, no sabía italiano y que presumía de tener varios almirantes en la familia, lo mismo que Madruga. El otro, que la firma de uno y el otro coinciden en la grafía, según han validado peritos independientes. O más exactamente, que es compatible que la mano que firmó un documento como Colón sea la misma que la hizo como Madruga. 

Carrecelas, que ayer participó en un foro del Ateneo Atlántico que dirige Anxo Cabada, ha recogido docenas de evidencias que por separado no resultan concluyentes, pero que sí conforman un conjunto coherente. Desde luego, mucho más que la tesis genovesa, que solo se mantiene en el dato que dio el propio Cristóbal Colón, lo que es mucho, pero en realidad poco: el descubridor no dudaba en mentir o falsear la verdad a su conveniencia (cambiar de opinión se diría hoy) y está contrastado que lo hizo en numerosas ocasiones. Quizá los Reyes Católicos, que habían estado enfrentados a Pedro Madruga y que a su vez pidió el perdón real, sabían algo que la Historia desconoce.

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