Opinión

Geriátricos al volante

Soy miembro de los llamados octogenarios y hace unos días tuve que renovar mi carné de conducir en donde cumplí con todos los requisitos necesarios para ponerme ante el volante de un automóvil. Salvo el uso de gafas - que hace años que los necesito - el resto de mis facultades incluido los reflejos están como un chaval de veinte años. No sé si ocurre con la gente más joven, pero durante el cuestionario verbal tuve que informarles de mi salud general, desde el historial de operaciones hasta la lista de medicamentos que tomo diariamente. O sea, que para recibir el ’aprobado’ el examen del psicotécnico está muy bien diseñado. Pero como todo en este mundo nada es perfecto. El pasado domingo, un automovilista de 87 años que circulaba en dirección contraria por la A-7 en Valencia chocó frontalmente contra otro coche, lo que a su vez provocó una colisión múltiple.

El siniestro se saldó con cinco fallecidos y cuatro heridos leves. Hace unos años, en la carretera de Baiona, otro octogenario en un cuatro-por-cuatro atropelló a un grupo de ciclistas con un fallecido y varios heridos. Personalmente mi Memoria Histórica de conducir vehículos data de hace más de 60 años y en un popurrí de carreteras y ciudades en varias partes del mundo. Aún conservo, aunque caducados, carnes de Chile, Brasil, USA, Reino Unido y naturalmente España. Incluyo el famoso carné anual adjunto que se usaba hace años para conducir en otros países. Aparte de un par de ‘golpes’ sin demasiado daño material, presumo de jamás haber tenido un accidente serio. Eso no quiere decir que en varias ocasiones los peligros eminentes estando al volante del vehículo - grande o pequeño – no estaban a la ‘vuelta de la esquina’. Conduje durante dos años y medio en Irán en donde era el ‘sálvese quien pueda’, en primer lugar, la ciudad de Teherán con seis millones de habitantes y luego las carreteras más peligrosas con colisiones frontales dantescas sin olvidarnos de los inviernos con nieve y carreteras montañosas con capas de hielo invisibles. Luego recuerdo tres años y medio en Londres, en los años 60 viajando con mi mujer y mis dos críos, todos los veranos en un Mini (con el volante del otro lado). Alternaba con mi mujer para poder conducir durante 24 horas por Francia hasta llegar a la frontera con España. Pasemos a las grandes ciudades civilizadas. Conduje todos los días durante varios años cuando vivía y trabajaba en Washington, Ciudad de Kansas, Londres y Madrid.

Una anécdota curiosa era lo de mi mujer, la gallega. Durante unos seis meses, cuando asistí a un curso avanzado de ingeniería en la escuela del Cable Ingles en Cornualles, ella se examinó y aprobó el carné en Inglaterra. Yo aun usaba el carné internacional. Por cierto, no le falto cientos de miles de kilometraje sin problemas a mi compañera sentimental de toda la vida. Volviendo al tema principal de esta nota. Por más experiencia que hemos tenido, tanto mi mujer como yo, reconozco que, a nuestra edad, debemos ser muy cautelosos al coger el volante de un coche. Por ejemplo, hace años que no conduzco durante la noche, ni me atrevo a viajar fuera del ámbito de Galicia. En esta Cidade Fermosa, que es un laberinto de obras, el único recorrido que hago es el de ir a la playa por Beiramar. Por el centro, a pie, Vitrasa con el PassVigo - que por cierto pago lo máximo - o en taxi. Mi mujer ya no conduce.

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