Una vida digna en Culleredo

Plácido y su perro Gucci viven en un hórreo de cinco metros cuadrados. La noticia de La Región que lo contaba, el 27 de diciembre, llegó a María, una vieja amiga del indigente. Ahora le ofrece ayuda para cambiar de vida. En Culleredo.

Patricia Casteleiro

Publicado: 05 ene 2023 - 00:37

Plácido y su perro Gucci, en la calle Paseo, donde suele pedir por las mañanas.
Plácido y su perro Gucci, en la calle Paseo, donde suele pedir por las mañanas.

Plácido (36 años) lleva dos años vagando por Ourense. Sin casa (duerme en un hórreo de cinco metros cuadrados), sin trabajo, él solo con su perro Gucci. Sin embargo, la suerte de este vagabundo está a punto de cambiar. A raíz de un reportaje en La Región de Ourense el 27 de diciembre, una vieja amiga del mendigo, María, supo de su situación y quiso ofrecerle una oportunidad para salir de la miseria que supone vivir a la intemperie.

Plácido es ourensano y hasta los 18 años vivió en el centro de menores de A Carballeira. Una situación de maltrato por parte de sus padres le llevó a escapar. Para ello, robó la moto de su primo, pero tuvo un accidente y acabó en el hospital. Allí observaron que sus heridas no venían solo de la caída y le preguntaron -dado que sabían que había tenido problemas antes con sus progenitores- si quería ir a un centro de menores. Aceptó. Al salir, ni el futuro ni su familia le esperaban, por lo que emprendió un viaje por algunas ciudades del norte.

Eligió Asturias como destino para pasar una larga temporada. Pedía limosna en la puerta de un supermercado, justo el que frecuentaba María.

Hasta hace un año y medio, esta mujer residía en Gijón, de donde es natural. “Siempre iba a un súper al lado de mi casa en el que Plácido pedía desde hacía años. Yo tenía como costumbre darle alguna moneda o comprarle comida. Las clientas ya lo conocíamos, es muy amable y respetuoso”, explica María. El trato diario con el vagabundo le llevó a pensar que “no era una persona de calle”, un sitio demasiado hostil para alguien “que no se metía con nadie”.

Según la asturiana, llegó a tener una pequeña casa que había okupado, pero “en numerosas ocasiones acudieron a pegarle. Él no quería problemas, solo buscarse la vida”, señaló. Tras meses conociendo a Plácido, escuchando sus problemas, surgió una relación de confianza. Además, el entonces marido de María, también lo conocía y la relación entre los tres se estrechó aún más.

Unas navidades, el matrimonio decidió invitarlo a su casa a pasar la Nochebuena e incluso le compraron un regalo: “Le elegimos un buen abrigo para que estuviese resguardado las horas que pasaba en la calle”, recuerda la asturiana.

Sin embargo, la vida de ella se truncó. El hombre con el que se había casado la maltrataba y cuando ella comenzó a ser consciente de la situación, Plácido se convirtió en su confidente.

Con protección policial mediante, María acabó mudándose a Culleredo (A Coruña) con sus dos hijos de dos y cuatro años. “Plácido también pesaba venir a la misma provincia porque tenía una prima por aquí, pero no supe nada más de él”, señaló.

Ella empezó una nueva vida y lamenta haber visto -a través del periódico- que Plácido no hizo lo mismo y continúa en las mismas condiciones que cuando estaba en Gijón. “Me dio tanta pena que me decidí a ponerme en contacto con él y si fuera necesario ofrecerle un lugar en mi casa, una cama o un plato de comida”, explica. “Lo pasé muy mal cuando llegué aquí y no conozco a nadie. Sé lo que es estar sola y pasar hambre. Si puedo ayudar y hacer lo mínimo que esté en mis manos lo haré”, añade María.

Plácido recuerda a esta mujer que un día formó parte de su día a día. El martes contactó con ella telefónicamente y está decidido a acudir a Culleredo, donde su amiga está gestionando su llegada, en movimiento para encontrarle un lugar en el que vivir o un empleo.

Mientras, continúa junto a su perro Gucci y otro sintecho viviendo en un hórreo bajo el Puente Nuevo. Las temperaturas bajan hasta los 3 grados por la noche y el viento se cuela entre las rendijas de madera de la estructura. La humedad del Miño tampoco ayuda y, para llegar a conciliar el sueño, “tenemos que taparnos con hasta siete mantas”, aseguraba Plácido.

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