José Luis Outeiriño, el hombre de la visión privilegiada
En memoria del editor fundador de ATLÁNTICO
Su proyección social y empresarial que le convirtió en uno de los referentes de la Galicia actual, se complementaba con su afectuoso y honorable talante en las distancias cortas
Para quienes han compartido una parte de su abundante versión pública como protagonista trascendente de la vida social, económica y empresarial de la Galicia en la que nació y a la que tanto amaba, José Luis Outeriño representaba una referencia comúnmente admirada como depositario de todos los atributos que configuran la personalidad de los empresarios de raza. Valiente y decidido hasta la osadía, imaginativo e inconformista, cabeza, alma y corazón de proyectos de muy distinta naturaleza, emprendedor y viajero, a Pilís –como se le conocía en sus ámbitos más próximos- nunca le arredró nada, y jamás se le pasó por la cabeza que cualquiera de las ideas que le bullían en una mente incapaz de quedarse quieta, pudieran cosechar un fracaso. Era un tipo apasionado y valeroso, al que apasionaba lo que hacía y al que la vida le parecía una aventura fascinante en la que no cabía quedarse al pairo.
Sin embargo, para los que tuvimos la inmensa suerte de acompañarle aún un paso más allá de esa proyección al exterior que construía una personalidad difícilmente comparable con cualquier otra en los campos de la empresa y los negocios, e incluso la política –aunque refunfuñaba cuando se le mencionaba-, José Luis Outeriño representó mucho más, porque aquellos que nos acercamos a él para acompañarle en algún rincón de sus valerosos proyectos, tuvimos también la posibilidad de catarle en su expresión más rica y cercana. La de un patrón noble al que, sin quererlo apenas, uno se rinde primero a su empuje, a su embrujo y a su pujanza, y acaba recogiendo de él y transmitiéndole a su vez, un afecto sincero como merecida consecuencia de un planteamiento existencial que José Luis siempre llevó a gala. Tras una fachada de personaje poderoso, de difícil claudicación ante las emociones, se agazapaba un caballero tierno e indulgente, capaz de comprender y de respaldar, tímido y cariñoso, con esa manera tan particular de expresar el cariño y el respeto que él tenía y que, una vez entendida, te envolvía y te cautivaba para toda la vida. De ello doy fe.
Personalmente, tuve la fortuna de conocerlo en ambas facetas. Como responsable máximo y cabeza de la empresa que me contrataba, y en esa versión tan atractiva y tan digna de gratitud una vez embarcado yo en el titánico proyecto de Atlántico que fue obra suya y singular, y se manifiesta como un producto neto de su talante, de una voluntad que no se doblegaba ante nada y ante nadie, y de un singular regusto por lo que vendrá. Outeiriño era un personaje que veía más allá de sus narices, y tenía como virtud una habilidad singular para contemplar el futuro y calibrar las cosas que harían falta a la vuelta de unas décadas. De esa vocación por la tutela de proyectos con sitio en el porvenir, y de esa capacidad visionaria que le otorgaba alas para encararlo con valentía y solvencia, nació la idea de Atlántico y se echó la suerte que me correspondió a mí personalmente, como una de las piezas en el engranaje constituido en torno a él para ponerlo en marcha.
Incansable viajero a la caza y captura de alternativas para la revisión y consolidación del negocio de la prensa que conocía al dedillo, curioso rastreador de fórmulas de producción triunfantes en el exterior y por descubrir en territorio propio, José Luis entendió a la perfección que una cadena de máquinas enormes y costosas que se necesitaban para editar periódicos de papel no podía infrautilizarse para editar una sola cabecera en cuya impresión una rotativa de última generación como la que proyectaba anclar en sus nuevas instalaciones del Polígono de San Cibrán das Viñas, apenas necesitaba un par de horas de actividad a lo largo de una jornada de veinticuatro. Constató que muchos periódicos europeos se mancomunaban para disfrutar de un centro de impresión compartido en que confluían cabeceras cercanas y lejanas. Era posible solo entonces, cuando los avances tecnológicos comenzaron a demoler barreras geográficas y a conectar redacciones y talleres por medio de líneas “head to head” que transmitían texto e ilustraciones en tiempo real a un órgano de producción común capaz de recibir las páginas virtuales ya confeccionadas y preparar las planchas de impresión, no desde una mesa y manualmente, sino desde la pantalla de un ordenador. Así comenzó a concretarse el proyecto de diario para Vigo, una ciudad eje y cabecera de una comarca de casi medio millón de habitantes dominada por un único diario.
Atlántico fue en semilla, un arrebato de editor que José Luis Outeiriño sintió un día y le conminó a rebelarse. Es cierto que ese nicho de mercado que se configuraba en torno a la capital de las Rías Baixas representaba un reclamo irresistible para un empresario con cuajo como el editor ourensano. Pero cierto es también que en lo más íntimo de esta idea que comenzaba a brotar y a tomar forma, subyacía sin duda la negativa a aceptar que un periódico convertido en monopolio pudiera reinar en la ciudad sin que nadie le hiciera sombra. A principios del otoño de 1986, José Luis Outeirño ponía en marcha su proyecto de nuevo periódico para Vigo y su comarca coincidiendo con la renovación completa de toda la infraestructura de producción de “La Región” cuyo domicilio se trasladó desde la calle cardenal Quiroga de Ourense a unas instalaciones sumamente avanzadas y versátiles en el Polígono industrial de San Cibrán en la periferia de la ciudad. El centro de producción estrenaba sistema informático para redacción, administración y publicidad, cadenas de composición y montaje, tratamiento de imagen, sistema de impresión con capacidad para editar en color y una rotativa de última generación que llegó a Ourense desde Alemania. En ese nuevo centro neurálgico de comunicación y producción de una empresa renovada comenzaría a imprimirse también Atlántico, el periódico editado a color en Vigo–fue el primero de España en hacerlo- y transmitido por línea telefónica desde su sede en la viguesa hasta el órgano receptor y talleres en tierras ourensanas.
Atlántico apareció por primera vez aquel verano, tras medio año de preparación que sirvió para constituir la empresa editora Rías Baixas de Comunicación S.A. captar un amplio y variopinto accionariado, preparar y dotar el domicilio elegido situado en la Avenida das Camelias, contratar el personal de redacción, incorporar el soporte técnico, administración y publicidad, –yo fui el primer y durante tres semanas el único contratado- e iniciar los ensayos que se concretaron en tres “números 0” con los que afinar el proceso de producción. Los primeros llevaron, para la historia, la cabecera “Diario RB” y el último, la que durante años fue definitiva de “Atlántico Diario” y que, no me resisto a escribirlo, se debe a un empeño personal que acabó, por fortuna, cuajando.
El día 14 de junio de 1987 con el periodista Lois Caeiro como director, dos redactores jefes que éramos Marcelo Otero y yo mismo, y algo más de cincuenta trabajadores, Atlántico salió por primera vez a la calle. José Luis había coronado un empeño que había conseguido convencer y aún encandilar a personajes de primer nivel en la sociedad viguesa como el cirujano Juan Mosquera Luego y el arquitecto Arturo Conde Aldemira que, junto con otros notables representantes de la actividad ciudadana, constituyeron su primer Consejo de Administración. Y con ese mismo pulso, se aprestó a dar la batalla a un gigante como “Faro de Vigo” hasta entonces instalado en la dulce soledad sin enemigos en lontananza, si bien, a partir de la fecha histórica de aquel 14 de julio, con la competencia echándole el aliento en el cogote y obligándole a ser más riguroso y competente en su trabajo por la cuenta que le traía. De hecho, por aquellas mismas fechas en las que Atlántico salió a la calle, el diario de Chapela se malvendió al empresario catalán Javier Moll de Miguel, propietario de una cadena de diarios con cabeceras en varias ciudades españolas. El nuestro hubo de lidiar en su fundación con al menos tres proyectos de nuevos periódicos, ninguno de los cuales, salvo Atlántico, continúan vivos.
Esta supervivencia y consolidación en un mercado tan exigente como el de la prensa diaria no es fruto de la casualidad. Se debe sin duda, a la perseverancia, la voluntad y el espíritu indomable de José Luis Outeiriño, su creador y editor al que hoy recordamos emocionados y al que tributamos nuestro admirado y compartido homenaje.
Lo hacemos desde aquí, desde su anhelo, desde su empeño, desde su recuerdo, desde su memoria. Desde su honra.n
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