El fuego que cortó la A-52: “Foi como David contra Goliat”
El incendio que se originó en la parroquia de A Granxa (Oímbra) se acabó convirtiendo en el segundo mayor de la historia de Galicia tras arrasar 23.763 hectáreas y afectó a un total de nueve municipios
La parroquia de A Granxa (Oímbra) fue el punto cero del segundo mayor incendio de la historia de Galicia. Arrasó 23.763 hectáreas, afectó a nueve concellos -Oímbra, Monterrei, Cualedro, Verín, Laza, Trasmiras, Castrelo do Val, Baltar y Xinzo de Limia-, dañó varias viviendas, aisló Ourense de la meseta con cortes en la A-52 y dejó a varios efectivos heridos, uno de ellos -de 18 años- con más del 50% del cuerpo quemado.
El calvario empezó el 12 de agosto, sobre las 14,30 horas, al iniciarse unas llamas en A Granxa que se propagaron rápidamente por las altas temperaturas y el fuerte viento. Tampoco ayudó la orografía de la zona, que cuenta con un monte con pendientes pronunciadas, una dificultad añadida para los efectivos antiincendios
Ese primer día se realizó un importante esfuerzo para controlar el fuego, pero la virulencia de las llamas neutralizó las labores de extinción y dejó tres brigadistas del Concello de Oímbra heridos, entre ellos un joven de 18 años con más del 50% del cuerpo quemado. “Foi un David contra Goliat”, lo definió Joaquín Francisco, vecino de As Casas dos Montes, en la parroquia de A Granxa.
El fuego avanzó imparable por toda la comarca de Monterrei durante prácticamente 20 días, ya que no se extinguió hasta el 31 de agosto. A su paso, arrasó 23.763 hectáreas -14.491 de monte raso y 9.273 de arbolado-, dañó múltiples edificaciones -calcinando varias de ellas por completo- y acabó uniéndose con el incendio originado en Gudín (Xinzo de Limia).
Uno de los lugares más dañados fue A Caridade (Monterrei), una aldea que estuvo rodeada el 13 de agosto por unas llamas que devoraron casas y coches, borrando de un plumazo recuerdos que ahora solo podrán permanecer vivos en la memoria de los vecinos, muchos de los cuales lo perdieron todo.
Fue el caso de Samuel Vieira Justo, hijo único de 42 años, a quien las llamas le dejaron sin el hogar familiar que construyeron sus abuelos y en el que residió toda la vida, y también sin su coche. Toño García Justo, su primo, también se encuentra en la misma situación. A sus 57 años se ha quedado sin la casa en la que vivía, y el fuego afectó también a otras propiedades de su familia.
“Foi unha penuria todo”
Otra de las aldeas que se vio rodeada por las llamas fue Bousés (Oímbra), ubicada cerca de la frontera con Portugal. “Isto foi como as bombas de Hiroshima y Nagasaki, os kilómetros e kilómetros de monte que hai queimados…”, señala José Manuel Fírvida. “Menos mal que non se queimou a aldea, ardeu arredor das casas, pero non lle afectou a ninguna, aínda que os castiñeiros arderon todos”, explica Manuel Palanca, vecino del pueblo.
Palanca señala que esos días vivieron momentos muy malos. “Foi unha penuria todo, as chamas estaban a máis dun kilómetro e en dez minutos xa estaban aquí, nós co coche vindo para arriba e o lume detrás nosa”, recuerda. Esto fue provocado por el fuerte viento, que expandió el incendio a gran velocidad.
“Non pasou ata a aldea porque o apagamos”, cuenta Palanca. “É unha aldea que é única, a xente que pode cada vez que ve lume vai en masa a apagalo”, añade. Uno de los que no pudo ayudar en las labores de extinción fue Manuel Álvarez, quien se sintió impotente al comprobar que su pierna derecha le impedía colaborar con sus vecinos. “Non saía da praciña que hai más abaixo porque non podía axudar ao non poder moverme, pensaba que se ía igual caía e collíame o lume. Levávame o demo por botar unha man, pero non podía, iso si, traballou todo o mundo, tamén os bombeiros de Portugal”, explica.
Rescate "in extremis"
El incendio en la comarca de Monterrei dejó un rescate más propio de una película que de la vida real. El 13 de agosto, tres personas se quedaron atrapadas a merced de las llamas en una explotación ganadera de Santa Baia (Cualedro). Tres agentes de la Policía Nacional, uno de ellos fuera de servicio, acudieron hasta el lugar, pero no los encontraron. Las duras condiciones -tuvieron que refugiarse varias veces en el oxígeno para coger aire- provocaron que abandonasen el lugar.
Cuando se estaban yendo, en el camino los paró una mujer, quien reconoció a uno de los agentes: “Por Dios, no os vayáis que mi hermana Elena está atrapada y creo que mi hermano César también”, les suplicó. Su insistencia hizo que uno de los policías llamase a César por teléfono. Este cogió el teléfono y le imploró: Por favor, venid a sacarnos de aquí que nos estamos muriendo, la granja está ardiendo y no podemos respirar, traed una motobomba que nos morimos”.
Sin pensarlo, los tres agentes de la Policía Nacional volvieron a entrar en la granja. Cuando se aproximaron a la puerta, mediante señales acústicas, avisaron a las tres personas atrapadas de su posición. Estas salieron y fueron introducidas con celeridad en el vehículo, el cual abandonó rápidamente el lugar entre una densa columna de humo y la proximidad de las llamas.
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