De Teresa Portela a Julia Benedetti, la voz a ellas debida
Acallando esa sensación de usurpador, de voz sobrante en esta historia, quiero hablar (escribir, entiéndase) de ellas. De cómo los Juegos actúan de espejo de una sociedad machista en la que sobresalen mujeres que la sufren pero, sobre todo, la pelean. Huyendo de la parafernalia paternalista y apoyándose en los méritos como argumentos de fuerza. Es significativo que la primera medalla española la haya logrado una mujer, Adriana Cerezo. Su capacidad discute a patadas cualquier buenismo absurdo achacable a su género o a su edad. En el deporte de alto nivel, una gana porque lo trabaja, porque lo vive, porque lo merece. Porque ha superado todos los obstáculos, que en el caso de ellas siempre son más y peores.
Galicia presenta en Tokio a 25 deportistas, con 15 hombres y 10 mujeres. Las biografías de ellas, tan dispares, son inspiradoras. Su lucha común, cada una peleándola individualmente, las engrandece. Entre las presentes, la regatista Támara Echegoyen, quien en Londres logró la primera medalla femenina para el deporte gallego -poco antes de que la lograse, ese mismo día, la balonmanista Begoña Fernández, a la sazón, la única persona viguesa que puede presumir de haber subido a un podio olímpico, mérito que bien merecía más vuelo-; o Teresa Portela, ejemplo por su constancia de seis Juegos Olímpicos y por su sabiduría para ser capaz de ser madre y deportista, otra conquista que no debía de ser tal; o Tamara Abalde, capaz de brillar en su juventud para ir a Pekín 2008 y de seguir en liza para regresar a unos Juegos 13 años después. Tres referentes. Y en el caso de la última, paradigmática la repercusión que alcanza su hermano Alberto por ir a sus primeros Juegos, algo de lo que ella careció allá por 2008.
Y ellas se renuevan. La piragüista Antía Jácome, la baloncestista Raquel Carrera o la skater Julia Benedetti son de otra generación. Aprovechan el camino abierto como quien ejerce con naturalidad sus derechos. Despreciando permisos o cuidados. Siendo ellas, deportistas de primer nivel mundial. No uno más. Protagonistas del deporte con mayúscula. Feministas, en toda la imprescindible, justa y valiente extensión de la palabra. Si alguna vez lo hicieron, ya no susurran. Gritan y nos dan voz a todos. La voz a ellas debida (y sigue ese murmullo interior: para qué escribes de esto, tú qué sabrás).
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