Diga 33, por favor
La primera medalla olímpica de Teresa Portela es su trigésimo tercera de nivel internacional
Diga 33". Frase de un conocido sketch humorístico repetido hasta la saciedad. Pero un número perfecto para Teresa Portela Rivas que, a los 39 años, obtuvo ayer su trigésimo tercera medalla internacional en grandes campeonatos. Y la más especial de todas, la que llegó en los Juegos Olímpicos tras una larga persecución que comenzó en Atenas 2004.
Antes, en Sidney 2000 inició su carrera en las citas olímpicas, pero como suplente del equipo español. Ya fue titular y por partida doble en la ciudad griega para obtener dos diplomas. Quinta posición en el K2 500 y el K4 500. Por aquel entonces ya acumulaba preseas en Europeos y Mundiales, citas con más pruebas y distancias.
El siguiente reto llegó en Pekín con idéntido resultado. Nueva quinta posición y un reinicio deportivo porque el programa cambiaba en Londres y el K1 200, su prueba favorita, pasaba a ser olímpica. Tocaba prepararse a conciencia para una cita en la que la canguesa tendría 30 años. Es decir, estaría en el que debería ser su mejor momento deportivo. Lo hizo, llegó allí en un estado de forma sublime y finalizó cuarta. Y, sobre todo, con la sensación amarga de dejar escapar una medalla por no escuchar la salida ante el ruido del público. Perdió unas centésimas decisivas, que le impidieron superar a Inna Osypenko y Natasa Dusev. Sí lo había hecho en semifinales. Y, tras la prueba, lloró mucho Teresa Portela. Estaba desconsolada. Sabía que se había ido una oportunidad, igual la única.
Meses después fue madre y regresó. Entró en la final de Río, pero estuvo lejos del podio. Eso sí, sumó un sexto puesto con un nuevo diploma y, contra pronóstico, menos el de ella, siguió. Ya era una velocista de 35 años. Casi contra la naturaleza, a los 39, volvió a llorar en unos Juegos Portela, pero de alegría.
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