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La delicada situación en la que se encuentra el Celta a falta de diez jornadas para el final del campeonato se entiende como un cúmulo de malas decisiones, errores y mala suerte. Pero, sobre todo, se entiende como la obsesión de un equipo por tratar de subsanar sus carencias que ha terminado por opacar sus virtudes. Y así ha sido con tres entrenadores distintos. Ayer en el Bernabéu, Escribá dio continuidad a su discurso en busca del equilibrio, la palabra que más ha repetido desde que llegó a Vigo. La leve mejoría de la semana pasada volvió a adivinarse ayer. Un equipo más junto, más solidario y con más afán de trabajo sin balón. Corto y estrecho. Cortar la sangría de goles encajados como obsesión. Los problemas principales de esta obcecación son dos: que estos futbolistas no están preparados para defender en bloque bajo tantos minutos y que, en su empeño por hacerlo, el Celta ha perdido su hace no tanto enorme potencial ofensivo.
Con el pie izquierdo
Así se levantó de la cama el Celta en el Bernabéu. Ni dos minutos pasaron cuando -precisamente un zurdo- Junca se llevó la mano al abductor en el primer balón que tocó. Se había roto. Los enanos le crecían a los célticos nada más empezar, lo que ahondaba en la sensación de desasosiego provocada por la situación propia y el engrandecimiento ajeno, que cambió una semana en la que el Madrid se quedó fuera de las tres competiciones por una especie de estado de éxtasis provocado por el descenso desde el Olimpo de Zinedine Zidane.
A ritmo de pausa
Las altas temperaturas de ayer en Madrid y las novedades en los banquillos dejaban al partido un aroma a pretemporada que se confirmó tras el pitido inicial. Ambos equipos homenajearon al fútbol añejo en un intercambio de posesiones. Balonmano sobre el tapete del Bernabéu. Ni el equipo de Escribá ni el de Zidane tenían mecanismo para robarle la pelota a su rival y cuando lo hacían siempre era en posiciones muy retrasadas o en errores ajenos. En esta tesitura, Lobotka encontró el partido perfecto para recuperar su fulgor perdido. El eslovaco fue cuchillo en la mantequilla y sacó a relucir su fantástica capacidad de conducción para batir líneas rivales y habilitar superioridades a sus compañeros. Volvió a faltar puntería en las dos ocasiones que tuvo el Celta.
Las cadenas del miedo
Dicen que todo es bueno en su justa medida. También el miedo. En una pequeña dosis te activa, te pone alerta. Listo para reaccionar. El problema para el Celta es que su dosis de miedo hace mucho que dejó de ser pequeña. Los futbolistas célticos están atenazados, con un bloqueo que les impide desarrollar su juego. Encadenados. Tras una correcta primera mitad, los de Escribá se diluyeron en el café que supuso la mejoría del Madrid. Maxi, Brais y, sobre todo, Boufal, se precipitaron en pases fáciles que solo necesitaban un punto de pausa. El Celta necesita limpiar la mente en el parón para afrontar una liga de diez jornadas por la salvación.n
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