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SEBASTIÁN ÁLVARO. Periodista y aventurero
Sebastián Álvaro (Madrid, 1950) se ha ganado el derecho a ser considerado un aventurero. Pero se lo ha ganado desde el rigor. Sus viajes y sus lecturas le confieren una sabiduría que comparte en sus libros, el último titulado “Everest, 1924”. Por Vigo pasó la pasada semana para hablar de medio ambiente y cambio climático de la mano de Peña Trevinca y de la Universidade de Vigo. Y sacó tiempo para pasarte por la redacción de Atlántico.
¿Qué le diría a alguien que sostiene que el cambio climático no existe?
Que está equivocado. No es una cuestión de opiniones, sino que es una evidencia científica. Lo que es más complicado es saber qué podemos hacer para revertir o para adaptarnos a una realidad que se nos viene encima. En realidad, no es el planeta el que está en cuestión, porque va a seguir girando. Cuando decimos el planeta está en peligro, lo que deberíamos decir es que nuestra especie está en peligro.
¿Hay una conciencia general que nos permita avanzar hacia esa posible solución?
Desde luego, en nuestro país sí. Y en gran parte del mundo civilizado, también. Pero en eso, igual que con las vacunas, hay una minoría negacionista. Muy minoritaria en nuestro país pero no tanto en otro aparentemente muy desarrollados, como Austria, Italia, Francia o Estados Unidos. Es una minoría que mete mucho ruido y arrastra mucha gente. Pero tenemos herramientas para poner pie en pared y no retroceder en determinadas cosas. Por ejemplo, en nuestro país, no podemos dejar que se pierda ni un paisaje más.
¿Un ejemplo de ese cambio radical?
Uno claro son los paisajes helados del planeta y otros los de alta montaña. Cuando nacimos, en las montañas del Pirineo español había glaciares, que hoy en día han desaparecido. Otro ejemplo: hace poco más de un mes estaba en la Antártida y sus paisajes helados, que son el refrigerador del planeta, son evidentes los cambios. Glaciares están desapareciendo mucho más rápido de lo que creemos. Y tendrá unas consecuencias que no llegamos a saber. La Antártida es fundamental para la regulación de las corrientes marinas y atmosféricas.
Suele defender la bondad de viajar como fuente de conocimiento y usted lo ha hecho mucho.
Sí. He viajado mucho, pero también he leído mucho. Leer bien tiene mucho que ver con la curiosidad y la imaginación. Yo pasé del Capitán Trueno a las novelas de Julio Verne y otras y, ya de adulto, fui abriéndome a cosas que me interesaban. Leí mucho, por ejemplo, de la transición, en la que participé y que considero uno de los periodos más fructíferos de los últimos 200 años de la historia de España.
Y esa lectura le lleva a escribir, como por ejemplo, su último libro “Everest, 1924”
Sí, pero primero hay que leer. Eso me lleva a escribir mucho y a viajar mucho. Empecé a escribir porque parecía obvio, contando nuestras aventuras en “Al filo de lo imposible”. Una cosa me llevó a otra, a colaborar con periódicos y revistas. Y eso me abrió otra puerta a libros más pensados, con visiones más globales.
La historia de Mallory e Irvine centra su última obra. Que no pretende dar la solución sobre su expedición coronó o no el Everest.
Es que hay cosas para las que no hay una solución definitiva. Si la gente está esperando una fotografía de Irvine y Mallory en la cima, no las van a tener. Pero sí es importante rescatar su historia. El libro reflexiona sobre las tres expediciones británicas de 1921, 1922 y 1924. En la primera se descubre dónde está la montaña. Por primera vez se entra en el Tíbet y los británicos descubren el país de los lamas, con un régimen feudal, una miseria atroz en el sitio más duro del mundo para vivir. Pero ahí va ya George Mallory, el alma de estas expediciones, que intuye por dónde subir.
Es importante el cómo.
En aquel 1921 se cartografía el Everest. En el 22, se va y se logran dos récords absolutos de altitud: 8.250 metros y tres o cuatro días, 8.400 metros con botellas de oxígeno. Los británicos habían convertido el Everest en el tercer polo, tras no haber logrado llegar los primeros a los otros dos. Por eso vuelven en 1924, ya con equipos de oxígeno. De todo lo que rodea esa expedición hablo en el libro. Más que dar la respuesta de si llegaron o no, que eso lo tiene que deducir cada lector, intento dar todos los datos que poseo y de lo que he vivido, porque en “Al filo” hicimos hasta cinco expediciones. Le voy dando todos los datos que conocemos y otros que con un afán detectivesco he ido recabando.
¿Ese nivel de aventura unido a descubrimiento sigue siendo posible hoy en día?
Claro que sí. Lo que pasa es que no lo puedo contar aquí porque, entre otras cosas, de eso vivo yo ahora mismo. Lo que tienen que hacer los chavales y los menos chavales es ir allí y descubrir el mundo, lugares que no han sido hollados. Desde el fondo del mar, la luna, el interior de la Antártida o valles perdido del Himalaya, Entre otras muchas cosas. Desiertos, selvas... Claro que quedan, Quedan menos y también son más difíciles. A nivel de alpinismo, quedan centenares y casi diría miles de montañas de 6.000 y 7.000 metros donde se puede hacer alpinismo del mayor nivel. Pero exige mucho compromiso. Vas allí y te tienes que jugar la vida. No todo el mundo está dispuesto a dar ese paso. Y, probablemente, sea razonable. La aventura siempre supone un riesgo, un peligro. Un buen gestor del riesgo tendrá que estudiar de qué forma se puede aminorar esos peligros y, sobre todo, cómo salir de esos problemas si se producen para poder seguir viviendo. El montañero tiene volver a casa, no subir a la cumbre.
¿Qué trae a Galicia a Sebastián Álvaro, más allá de compromisos profesionales?
La amistad. Porque son los amigos los que me traen. Mis orígenes maternos son de Asturias, me apellido Lomba de segundo. Mi tío era gallego. Galicia me proporciona satisfacción espiritual. Hace poco estuve haciendo el Camino de los Faros, que a lo mejor me he pasado de promocionarlo porque se me está llenando de gente. El Camino de Santiago está muy bien pero hay que ponerlo en orden, que no se nos masifique y siga teniendo ese carácter de exclusividad. Hay que hacer políticas inteligentes. Me gustaría que todo el camino estuviese más unificado a nivel de señales. Y se puede ser peregrino aunque no seas creyente. Me corto mucho de promocionar lo que quizás debiera a Galicia. Porque soy muy contrario a la masificación aborregada de determinados sitios.
Por último, una duda. Sebastián Álvaro, ¿de profesión?
Ayer mismo en la charla la concejala me presentó como aventurero y me gustó. Y recordé la segunda acepción de esa palabra, que me gusta más que la primera.
¿Y cuál es?
Hombre sin oficio ni profesión. Probablemente me quede con eso.
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