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Son consustanciales a él. Le pasa, por ejemplo, a Roger Federer con el tenis o a Pau Gasol con el baloncesto. Y a Iago Aspas con el fútbol. El moañés ha llegado a un momento de su carrera en el que maneja todo lo que sucede a su alrededor. Ve el juego desde arriba estando abajo. Sus pies tocan el suelo mientras su imaginación vuela. No hay nadie más libre en un campo de fútbol.
Se esperaba su reaparición esta semana como un aglutinador de buenas sensaciones. Pero ha sobrepasado todo lo esperable. En apenas tres partidos y tras estar casi tres meses parado, ha anotado cinco goles –ayer otros dos– y ha dado dos. Un rendimiento que ha servido para que todos sus compañeros sientan que tienen un líder en el que puede confiar y, poco a poco, vayan perdiendo el miedo acumulado durante semanas de despropósitos.
Ahora, Aspas descansará la próxima jornada ante el Atlético. Fue lo elegido, porque se sabía que se iba a perder un partido por acumulación de amarillas al estar al borde de la sanción. Se le echará de menos en el Wanda.
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