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Uno llega al gimnasio El Barrio y se encuentra las puertas abiertas de par en par. Como los brazos de Pablo González Izard, que recibe con la sonrisa ancha. Cruzar el umbral es un impacto para los sentidos. Los ojos encuentran deportistas entrenándose con intensidad, la nariz olfatea un ambiente que mezcla esfuerzos con ilusiones, mientras el oído escucha estruendosos impactos que saben a horas de esfuerzo, justo antes de que el tacto sienta la calidez del abrazo de un campeón de Europa de kickboxing feliz de estar en su casa. “El Barrio lo es todo para mí”, incide.
Le llaman Diablo porque se transforma cuando sube al ring. Nada más lejos de eso fuera de él. O quizás sí. Ya se sabe que Lucifer fue un ángel caído y la cercanía y el cariño que destila Izard lo ponen más cerca de esta estirpe. Y también sabe lo que es caerse. Aunque en El Barrio, con su gente, siempre se vuelve a levantar. “Aquí he volcado mis metas vitales para transmitírselas a otras personas. Le ha dado un cauce a mi vida y también a la de otros chavales”, subraya sobre un lugar que, desde fuera y viendo cómo los chicos se machacan, podría parecer el infierno. Sin embargo, para Pablo y todos los que dan lo mejor de sí mismos ahí dentro, es el paraíso.
Así es. El púgil vigués montó su propio gimnasio en Teis. Un lugar para desempeñar su labor profesional, que pronto se convirtió en un centro de entrenamiento para deportistas de distintas edades, niveles y objetivos. Todos caben. De esta forma, poco a poco se anudaron los lazos de una comunidad que cuenta con unos 90 socios. Y aunque el recinto no es especialmente grande, se distribuyen las sesiones en todas las franjas horarias que permite el día. Allí se enseña K1, disciplina principal, pero también full contact y low kick, las otras modalidades del kickboxig, y boxeo. Además, se ha creado un grupo femenino, que incluye el grappling para aplicar ambas artes al MMA. “Estamos englobando bastantes cosas”, reconoce.
“Aquí he volcado mis metas vitales para transmitirlas a otras personas; le ha dado un cauce a mi vida”
Tras la construcción de todo esto está el propio kickboxing. "Más que ir yo detrás de él, fue al revés", advierte Izard. “Todos los caminos que buscaba me salían mal y me acababan devolviendo a él. Supongo que es aquello de que la cabra siempre tira al monte”, concluye entre carcajadas el diablo más afable que uno puede encontrar. “A mí me ha dado un estilo de vida al que dedicarme. Si puedo devolvérselo enseñando a todos estos chavales, estaría encantado. Claro que sí”, puntualiza con humildad.
Por eso está donde quiere estar. Aunque esto implique no tener un entrenador o no vivir en lugares con mejores oportunidades que Vigo. “El plus que me puede dar, me lo va a quitar de lo que estoy construyendo. Así que prefiero buscar mi equilibrio personal”, enfatiza. “He estado en muchos sitios compitiendo y siempre vuelvo porque me levanto cada mañana amando la vida que tengo aquí. Si me fuera, a lo mejor conseguiría algún título más pero estaría asqueado. O ni siquiera lo conseguiría, precisamente porque estoy asqueado”, reflexiona.
Un punto de vista que defiende a muerte. “Soy partidario de escribir mi propia historia”, subraya. “Veo luchadores que se van a otros países y les va bien. Pero quizás ellos sean distintos a mí. Quiero alejarme de lo que me pasaba hace cuatro años, que pensaba que no había nada más que el kickboxing. Hay otras cosas que me llenan”, proclama Pablo, que puntualiza. “Eso no quiere decir que no sea ambicioso”, expresa el púgil vigués, que acumula a las espaldas 75 combates. Pero quiere más. “Mis dos metas son hacer 100 peleas y ser campeón del mundo”, concluye con firmeza, mientras espera por lo que venga haciendo latir el corazón de El Barrio.
Pablo Izard describe su 2025 competitivo como "agridulce". Y eso que las previsiones iniciales eran buenas. Porque, después de tres años de una actividad muy intensa y “con peleas muy gordas”, se cogió un respiro en enero y febrero. A partir de ahí, surgió la posibilidad de pelear por el Mundial de full contact. "No es mi especialidad, pero una oportunidad así se da una vez en la vida", reconoce. El Diablo perdió la pelea a los puntos en Francia contra el local Brice Duval. Pero el plato fuerte de la temporada era la defensa de su cinturón de campeón de Europa, que finalmente se canceló.
“Me han dicho que puede ser en la segunda parte del año, pero a ver…”, duda el campeón vigués, ya demasiado curtido en este mundillo como para ver mucho más allá de lo que le muestran sus ojos. “Yo quiero defender mi título. Tengo ganas de pelear”, resume.
Pero, como no es algo que dependa solo de él, el 2025 podría consumirse sin ese ansiado combate. “No sería bueno estar ocho meses sin competir”, reconoce, al tiempo que tiene claro que tampoco va a aceptar envites a cualquier precio. “Una virtud en este deporte no es solo coger peleas, sino saber decir que no. Porque a veces te dan caramelos envenenados. Son peleas que pueden resultar jugosas a simple vista, pero que a lo mejor no es el momento indicado de hacerlas”, advierte Izard.
Precisamente, él lo sabe bien de su labor como promotor. Ya lleva cuatro ediciones de La noche de El Barrio y va a por la quinta. “Me aventuro a decir que antes de que acabe el año, pero no solo depende de mí. Hace falta que los concellos te den una fecha y un pabellón. Pero me voy a dejar los cuernos para sacarla adelante”, enfatiza para terminar y con ganas de repetir el éxito de citas anteriores.
Pablo Izard combina su labor como luchador con la de entrenador. Un rol que le ha dado una mirada más amplia sobre su deporte. “Dicen que como mejor se aprende es enseñando y es así tal cual”, proclama. “En los tres o cuatro años que llevo de entrenador, es cuando más he aprendido como deportista. Y como persona ya ni te digo. Cada uno trae sus pedradas y sus virtudes y sacas un montón de cosas de todos”, expresa sin dejar de mirar cómo entrenan los seis chavales que se acercaron al gimnasio esa calurosa mañana.
La labor de maestro exige mucha organización para compaginar ambas facetas. “Intento entrenar antes o después de ellos”, explica Izard, que a veces también se mete a trabajar directamente con sus alumnos. “Solo tareas específicas. Lo más importante es verlo desde fuera”, apunta.
Pero lo verderamente insustituible es el sentimiento familiar que se genera en el día a día. “Cuando viajo, voy tranquilísimo porque sé que entre ellos se van a proteger. Siempre les digo que cuiden a sus compañeros porque son los que les van a hacer mejorar. Crecen juntos”, concluye Pablo con orgullo de entrenador.
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