Oviedo 0 - 0 Celta
Directo | El partido entre Oviedo y Celta, minuto a minuto
Alavés 1-1 Celta
Un punto fuera de casa. Y mantener la ventaja de cinco sobre el descenso. Lo positivo. Tras una primera parte de inanidad y una segunda de reacción. Todo precedido de un penalti en contra en el minuto 3. El Celta dudó pero acabó refrendando sus ideas ante un Alavés de Eduardo Coudet muy nervioso.
Nadie fía todas sus naves a la suerte. Nadie. Se asume como consustancial a un ingeniero. Da igual su edad. Pero tampoco un lotero lo hace. Da igual su procedencia. Todo se mide, más cuando tienes toda una semana para preparar un partido. Sabiendo que es imposible preverlo todo, los entrenadores se obcecan en intentarlo. A veces tienen la ilusión de haberlo conseguido. De que pasa lo que pensaron. Otras veces, el capricho de un balón, la mala disposición de un brazo, un vídeo arbitraje concienzudo y un árbitro de base gestual te obliga a realizar un ejercicio de abstracción del marcador desde el comienzo. No lo supo hacer demasiado el Celta cuando un penalti absurdo a los tres minutos lo situó por detrás en el marcador, ese juez malencarado fuera de Vigo.
Se quedaron los dos equipos mirando al 1-0. Como un talento por proteger para los locales, asemejándose al hijo no pródigo bíblico, enterrándolo. Como una condena inmerecida de pésimo augurio, los visitantes. Y se olvidaron que en los fondos de los campos hay porterías. Los unos con la nueva fe en la táctica defensiva; los otros con todas las dudas acechando su religión. El temor a adentrarse en terrenos no trillados convertía el juego en un desentretenimiento. Nadie se sentía con la libertad y confianza suficientes como para brillar. Todos se contentaban -es un decir- con no fallar. Nadie está obligado a ser valiente. Cobardemente hablando.
En los primeros 45 minutos, sólo hubo un disparo a portería en el partido: el penalti. Nada más. El Alavés porque le pudo la avaricia. El Celta porque no pudo. El balón se mareaba y se asqueaba. Nadie lo quería y él no quería a nadie. Lo peor para el Celta es que si no pasaba nada, perdía. Y tal perogrullada hubo que recordarla en el descanso. La nada no sirve de nada.
Claudio Giráldez, técnico celeste, tomó la iniciativa realizando dos cambios. Necesitaba a alguien más que Marcos Alonso para tener el balón con criterio y recuperó a Javi Rodríguez por Yoel Lago, sorprendente titular de nuevo. Y necesitaba inquietar en campo rival y sacrificó el trabajo de Franco Cervi por la verticalidad, esta vez sí, de Williot Swedberg. La intención era despertar y el equipo despertó, lo que obligó también al partido a despertar.
Nada más comenzar la segunda mitad, Swedberg probó a Owono. Fue la señal. Y el fútbol por fin se convirtió en espectáculo, en algo comestible, al menos, de no poder ser sabroso. Ni tan siquiera un craso error de Ristic que permitió a Carlos Vicente correr por primera vez y dejarle el gol a Guridi, que se lió hasta que Sergio Carreira evitó la desgracia. Una acción determinante que animó al lateral canterano, que pasó a ser uno de los jugadores célticos más destacados en el resto del partido.
Fueron minutos en los que el Celta se hizo con el choque porque ahora sí había porterías, al menos una. Se pisaba campo rival y el área local era ya cercanías. Con la banda derecha reanimada con Javi Rodríguez y Carreira y la izquierda con la presencia casi siempre acertada de Swedberg. El sueco sí entendió perfectamente esta vez su papel en el partido y lo ejerció a la perfección. Porque el Alavés pasó de ahorrar a temer. Había ritmo de balón. Faltaba capacidad de remate.
Giráldez volvió a intervenir variando de delantero. Ya con Anastasios Douvikas en el campo, llegó el gol. No por él. Apareció Mihailo Ristic -extraña su presencia y extraño su partido, siempre con la sensación de frenarse un poco- para encontrar la soledad de Pablo Durán. Y el de Tomiño, sin la precisión de otras veces hasta entonces, no dudó. La colocó con el pie derecho y con el pie derecho la golpeó. Cerca del palo. Owono llegó pero no con la fuerza en el brazo suficiente como para detener el balón. El empate era un hecho en el minuto 65.
Había opciones de ganar, sobre todo porque atrás no se sufría. El rematador Kike García no encontró ni un remate. El centrador Carlos Vicente apenas centró. Eduardo Coudet tomó la iniciativa. Villalibre para hacer de segundo delantero y obligar al Celta a mirar hacia atrás. Y Carlos Martín para dar piernas frescas.
Hugo Álvarez y Fer López fueron las últimas apuestas celestes. Pero faltó capacidad de golpear. Hubo muchos más casis que peligro real. Y el Alavés logró que el partido no acabase cerca de su área. Una vez vistos los dientes al lobo, empatar no hace sangre. Un punto fuera no es mal botín. Sobre todo tras una primera parte de nada.
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