El Celta reincide en su mal lejos de Vigo
El Celta dejó pasar de nuevo sus buenos minutos sin hacer daño y acabó dañado por un Sevilla en honor a Navas
El Celta no gana fuera juegue bien o juegue mal. Ayer hizo, principalmente, la primera, pero se fue de Sevilla sin puntos. A la espera de que Balaídos siga dando la tranquilidad presente.
Para todo hay un límite. Para la amabilidad también. Pese a ser una condición positiva de por sí, llevarla a la exageración convierte al que la ejerce en un pusilánime. Porque lo mucho cansa. Y ayer el Celta se mostró tan amable en su fútbol que se pasó de rosca. No quiso/pudo estropear el adiós de Jesús Navas. Quiso hacer daño sin dañar. Quiso matar por convencimiento más que por golpeo. El sistema asambleario, en el fútbol, es una quimera. No hay discurso que convenza si no sonroja. Rojo sangre. Y cuando se dio cuenta, de nuevo estaba fuera de las paredes de Balaídos compungido por la acumulación de méritos. La cuestión ahora es no ser demasiado amable consigo mismo también en el análisis.
Porque es bien cierto que el Celta dominó hasta con cierta suficiencia en la primera parte. Con un juego limpio, de líneas claras. En cada espacio aparecía un jugador de naranja para recibir el pase de su compañero. En la televisión, cuando el balón se salía del tiro de cámara, acababa siempre en los pies de un jugador visitante. En ese tiralíneas había muchos colaboradores contingentes. Prácticamente, todos los célticos sobre el césped. Pero sólo uno era necesario: Iago Aspas. En la preparación del duelo, a Xavier García Pimienta se le olvidó agobiar al ex sevillista, cuya libertad de acción marcó los primeros 45 minutos.
Como es norma de la casa cuando no está en Vigo, el Celta llamó a la puerta de forma suave, amable. No arrolló, sino que trató de convencer al balón de que debía entrar en la portería rival. Aspas encontraba los generosos desmarques de Pablo Durán, uno de ellos terminado con un escorado disparo al lateral de la meta local. Y el ayer delantero celeste cabeceó al palo un saque de esquina poco después del cuarto de hora.
No es que el equipo vigués se recrease, pero sí comenzaba a autoflagelarse. Porque sabía que estaba, una vez más, en esos minutos en los que debe convertir su control en goles. Y estos no aparecían. En esa diatriba mental propia se perdió unos minutos para que el Sevilla recuperase algo de tino. Nada preocupante en ese momento, pero en las filas celestes ya se pensaba en lo porvenir y en si iban a acabar echándose en cara el tiempo perdido que todavía no había transcurrido.
Pudo matar todos estos dilemas una jugada contundente, vertical al máximo. Javi Rodríguez encontró otro buen desmarque de Pablo Durán y el tomiñés metió el centro perfecto para la llegada al área de Williot Swedberg. Pero el sueco fue amable y un remate franco con la izquierda lo realizó desviado.
Todo lo que perdona este Celta no se lo perdona a sí mismo fuera de casa. Porque haber llegado sin marcar al descanso era un peso en la conciencia colectiva celeste. Además, García Pimienta decidió variar la disposición de su equipo y lo que antes parecía un trapo sin maneras ahora era un guante que se ajustaba perfectamente a las virtudes celestes. La salida de balón ya no era limpia e hilar pases con cierta verticalidad era un imposible. Aspas, el único no contingente, ya no tenía libertad.
El partido había cambiado y ya no servían los mismos argumentos que se utilizaron en la primera parte, aquella primera parta perdida. El Sevilla estaba en campo ajeno con asiduidad, bien presionando o bien teniendo el balón. Y no se anduvo con remilgos: en cuanto pudo, golpeó. Lo hizo a través de Manu Bueno, un centrocampista aseado con golpeo. El primero, desde lejísimos, se fue un pelín alto. El segundo, tras un saque de esquina mal solventado en el despeje por los célticos, se convirtió en el único gol de la tarde.
Según el reloj, quedaba un mundo. Media hora, prácticamente. Pero de fútbol apenas quedaron diez, siendo generosos. Primero, por los cambios, con la renovación completa de la banda izquierda celeste y, sobre todo, con la salida de Jesús Navas. El casi cuarentañero sevillista lo deja por obligación física y era el protagonista de la tarde, una de las razones para ser amable. Y tras su lenta salida -más que justificada-, Giráldez tiró de Sotelo y Borja Iglesias. Pero siguió sin jugarse, de entrada por la lesión de Ristic, que puso en el campo a un Alfon que volvió a mostrarse como muy aprovechable.
Mientras el Sevilla se aferraba al corazón de brindar la victoria a su capitán, tirando de todos los recursos posibles sin balón, el Celta quiso aprovechar los escasos segundos de fútbol. Pudo haberlo hecho, porque Sotelo lanzó la carrera de Alfon, pero el albaceteño se topó con el meta local. Fue amable. Demasiado.
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