El Celta conquista el Bernabéu y escribe una noche para la historia

Real Madrid 0-2 Celta

Diecinueve años después, el equipo celeste vuelve a ganar en Liga en el templo blanco con Williot como héroe inesperado

Los célticos celebran el primer gol de Williot en el Bernabéu.
Los célticos celebran el primer gol de Williot en el Bernabéu. | EP

En el templo blanco, donde la historia se escribe casi siempre con tinta blanca, el Celta escribió una noche casi imposible.

El pitido final desató la incredulidad del estadio: victoria del conjunto celeste en casa del Real Madrid, un lugar donde no ganaba en Liga desde hacía diecinueve temporadas. Diecinueve años de intentos, de derrotas resignadas y abultadas (6-0, 6-1...), de gestas a medio camino. Y, sin embargo, esta vez el destino eligió otro guion.

Pero el relato no comenzó con gloria, sino con dolor. Al primer minuto, Pablo Durán resbaló y su hombro se salió en un gesto cruel del azar. Se repuso y siguió, como el Celta, que no se encogió. Como una tropa pequeña frente a un imperio, creyó. Bryan Zaragoza trenzó sueños por la banda, Ilaix impuso músculo, Borja Iglesias la inteligencia, Marcos Alonso condujo como un capitán de viejo linaje y Radu se erigió en muralla bajo palos.

El Madrid dominaba, como siempre, pero no hería. Militao probó primero, Güler después y Mbappé quiso convertir una vaselina en arte que quedó en suspiro. El Celta, en cambio, tejía su revolución en silencio.

Williot convierte el fútbol en poesía

Y entonces llegó él: Williot, el inesperado héroe, el nombre que quedaría grabado en la piedra. Entró en el descanso por el maltrecho Durán y, en el minuto 54, apareció con un taconazo de fantasía. Construcción perfecta de Mingueza, centro medido de Bryan y un toque de talón que convirtió el fútbol en poesía. Gol del Celta. Gol de categoría. El Bernabéu enmudeció.

Pero el duelo no terminó ahí. La ira blanca se transformó en tarjetas. Fran García vio dos amarillas en apenas 30 segundos tras una entrada sobre el propio Williot y el Madrid quedó con uno menos. Más tarde, Carreras también fue expulsado. Protestas, tensión, un gigante herido y furioso con nueve jugadores resistiendo.

El Celta se replegó como un ejército disciplinado, defendiendo cada metro con el alma. El reloj corría. Cinco minutos de prolongación. Cinco minutos eternos. Y en el 93, llegó el golpe definitivo.

Aspas, el eterno capitán, filtró un pase que partió la noche. Williot lo recibió, regateó a Courtois con la frialdad de un depredador y empujó el balón a la red vacía, como quien clava una bandera en tierra conquistada.

Cuando el árbitro pitó, silencio del Bernabéu. El Celta celebró lo imposible. Y así pasó: en Madrid, donde reinan los reyes, un grupo de valientes escribió su propia epopeya.

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