BENITO R. REGUEIRO Capellán del Hospital Álvaro Cunqueiro

"Hay que trabajar con los medios que tengamos y es lo que se está haciendo"

El capellán del hospital vigués, ante una zona de aislamiento.
photo_camera El capellán del hospital vigués, ante una zona de aislamiento.

n n n Benito Rodríguez Regueiro, capellán del Hospital Álvaro Cunqueiro, se ha convertido en una presencia continua en el centro desde que se desató la crisis por la pandemia mundial de coronavirus. Ha decidido quedarse allí las 24 horas del día para evitar riesgos a otros compañeros y conoce de primera mano el día a día del lugar donde se concentra la mayor parte de los casos de esta enfermedad en el área de Vigo.

¿Personalmente, cómo lleva toda esta situación que se ha generado con la pandemia mundial de coronavirus?
Con bastante serenidad. Como no estoy infectado, creo, lo llevo con una actitud de disponibilidad, de dedicar mi tiempo a la gente que me necesite. Que sea útil a todos no lo creo, pero a algunos sí.

¿Se ha incrementado su trabajo en estos días?
No. Más bien al contrario. Con los enfermos hay mucho miedo, otros están aislados y tampoco conviene acercarse a ellos salvo por medios digitales. Estamos haciendo una campaña de cartas para los que tienen sus móviles, pero cuando uno está mal, está mal para todo. Entonces lo único que podemos hacer es facilitar y luego creo que es una gran oportunidad para que el enfermo consciente, aunque esté pachucho, reflexione. El problema no es que esté enfermo, sino cómo vive el enfermo la enfermedad, porque tratar de calmar o aliviar es una lucha de toda la familia, pero también es una gran oportunidad para que el paciente analice cómo está viviendo esta soledad. Es un momento, incluso, para preparar la despedida de este mundo. Cada vez que uno cae enfermo grave tiene que agradecer mucho, perdonar mucho y confiar mucho.

¿En qué consiste ese programa de cartas?
Es una iniciativa que empezó en el hospital de La Princesa, en Madrid, y nosotros nos unimos también. Son cartas anónimas de gente sencilla, algunos que han superado otras enfermedades, y que cuentan historias e incluso invitan a reflexionar. Nosotros intentamos acercar esas cartas a los enfermos a través del personal sanitario, tanto en domicilios como en el hospital. Hay que aprovechar esta soledad porque cuando uno tiene un para qué vivir, encuentra muchos cómos. Hay gente feliz hasta sin brazos.

¿Hasta qué punto han cambiado los actos fúnebres con los fallecidos por coronavirus?
Para evitar que la gente salga de sus casas y prevenir más contagios, se hacen despedidas muy rápidas. Yo, por suerte, no he tenido ninguno que hacer en la parroquia, pero supongo que los tanatorios ya tienen sus normas y es solamente el entierro, un duelo sin despedida pero necesario. La gente descubre que nos necesitamos y hay que dar contenido a la despedida a un ser querido.

¿Las familias de los enfermos necesitan una atención especial?
Sí. Es hablar, ponerle nombre a lo que están sintiendo. Hay ayuda psicológica, psiquiátrica y religiosa.
¿Qué es lo más complicado para esos familiares que han perdido a un ser querido o lo tienen enfermo?
Es doloroso no poder abrazar, no poder tocar, no poder llorar juntos. Y ni siquiera recoger las claves del ordenador, porque algunos se van demasiado pronto. Pero lo que no puedes hacer es enterrarte vivo, tienes que vivir, buscar los medios para relajarse, sosegarse, y un gran medio es la oración, otro la amistad... En ese sentido, es providencial que existan las nuevas tecnologías. En otras épocas era más difícil todavía. Se enteraban años después de que había muerto un familiar, mientras que hoy lo sabemos al momento, pero poder comunicarse, aunque sea a distancia, es importante. Lo peor de la enfermedad es que el corazón no cambie, seguir siendo el mismo egoísta o cínico, el mismo de siempre. No se puede morir sin hacer el testamento, material y espiritual.

¿Qué ambiente detecta estos días en el Álvaro Cunqueiro, preocupado, triste, desconcertado?
Hay una gran ilusión por ayudar a la gente. Cansancio, lágrimas, miedo a contagiar a sus propias familias... Sí, pero una gran ilusión de que será posible, de que de aquí saldrá algo nuevo. Aunque, como en todas las guerras, queda mucha gente tirada en el camino, hay gestos muy generosos. A alguno se le caen las calzas ya de tanto correr de un lado para otro.

¿En el Cunqueiro se puede atender a todos los enfermos o empieza a haber problemas de espacio?
Hay momentos, pero yo creo que hay una gran organización y una buena disposición. Está claro que los cambios siempre molestan y se han cambiado cosas de un lugar a otro. Ahora, por ejemplo, fui a un pasillo y estaba cortado por aislamiento. Hay que adaptarse porque si alguien pensó en hacer esto es porque pensó que era lo mejor para este momento. Hay que pasar de la queja al agradecimiento.

¿Qué precauciones debe tomar usted como capellán?
Las mismas. Llevo los guantes para tocar a las personas, sobre todo, el bozal (la mascarilla) y los pañales. Aunque mi atención está limitada a la demanda de la gente. Ando por los pasillos y por Urgencias, pero es más bien una presencia que intento que sea animosa.

¿Ha notado alguna carencia en el hospital, de materiales, de personal  o de alguna otra cosa?
Siempre hay quejas sobre eso porque no estábamos preparados y nos vino el toro, pero es muy bonita la generosidad. La gente inventa. Aquí hay que trabajar con los medios que tengamos y es lo que se está haciendo, desde los directivos hasta el más humilde celador o el encanto de los de la cafetería, que nos dan la comida a los que estamos de guardia.

¿Cuántas horas está trabajando estos días?
Yo sigo trabajando. No he salido del hospital. Para que no se contaminaran todos los capellanes, decidí quedarme y cuando yo caiga, si es que caigo, otro me sustituirá, pero de momento estoy aquí.

¿Hay algo de esta situación que le sorprenda o le asuste especialmente?
Aún hay mucha soberbia, mucha prepotencia en la fuerza humana y en la soledad humana. Una enfermera me decía el otro día que yo tendría mucho trabajo con tantos entierros. Le respondí: ojalá lo tuviera con más confesionarios. Quiero decir que hay que empezar a pedir perdón, a desear lo que estamos viviendo ahora, que es que los vecinos se hablen, a desear que no sea sólo una cosa del momento, y que cuando rezamos no rezamos a un desconocido, sino que tiene rostro y tiene experiencia. Hay mucha gente que está buscando en el yoga una salida, que es fenomenal como ejercicio físico y mental, pero esas experiencias no te ayudan a servir más. Es el Evangelio, que vive cuando das, no cuando recibes.

Por primera vez se están celebrando misas sin fieles, ¿cómo resulta esta experiencia?
Para mí es una experiencia nueva, pero lo más importante de la Eucaristía es que está Jesucristo.  Ojalá que a partir de ahora tengamos más ansia de Eucaristía, de vernos, de rezar juntos. n

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