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Poco más de cien metros que fueron examinados al detalle

La Policía, en sus primeras investigaciones sobre el terreno rastreó todo el perímetro donde la joven fue vista por última vez. Lo hizo antes pero principalmente después de que apareciera su cadáver en una cuenta de O Rosal, a los diez días de su desaparición. 


El informe forense situaba el momento de la muerte ese mismo 30 de abril, pero el estado del cadáver  confirmaba que éste estuvo escondido en un lugar frío y seco, como una bodega o incluso un arcón frigorífico. Con esta premisa, los agentes llegaron a inspeccionar distintos enclaves situados en los cerca de cien metros que separan el punto en el que se pierde la pista de Déborah y su casa. En estos 17 años aún no se ha podido corroborar que la joven se subiera a un vehículo, aunque es la hipótesis más probable. Tomó más fuerza después de descartar  sobre el terreno que pudiera haber sido llevada por la fuerza a alguno de los galpones situados justo donde se le ve por última vez.
Los agentes registraron una de las fincas, ahora totalmente abandonada, donde se encuentra una pequeña edificación utilizada por toxicómanos y personas sin techo. En el interior, aún hay restos de todo tipo de objetos.
En el mismo cruce de la Avenida de Atlántida con Camiño do Borralleiro, que va directamente a la playa, se encuentra otro de los galpones registrado. Su propietario explica que “vinieron varios agentes e inspeccionaron el terreno del al lado que antes era de una familia que tenía una empresa y luego pasó a Zona Franca. Yo les comenté que tenía un galpón por si lo querían ver y se lo abrí para que lo miraran. No volvieron más veces por aquí que yo haya visto”.
El lugar donde  se pierde el rastro de Déborah  es una de las partes más abandonas de la parroquia. Lo era hace 17 años y lo sigue siendo ahora, a pesar del Museo del Mar. Hay varias fincas y viviendas abandonadas en una zona a escasos metros donde se ubican unas chabolas en las que residen ‘okupas’.
En 2002, explica el propietario del galpón, “había algunas personas que vivían en lo que eran los antiguas cuadras del matadero, recuerdo a un matrimonio que estuvo años residiendo allí, el hombre ya falleció”.
La pista sobre ese entorno se quedó en nada. La Policía no encontró vestigio alguno de que Déborah pudiera haber estado escondida en la zona o que hubiera sido víctima de un asalto en plena calle. El cuerpo no presentaba signos de violencia ni de resistencia, y quienes la conocen tienen claro que se hubiera defendido, un carácter que le habría impedido subirse a un vehículo con alguien que no conociera. Su vecina lo confirma “eran niños que estaban muy bien educados  y advertidos sobre irse con desconocidos”.
Pero además, nadie en la curva del matadero, de los que estaban allí o en el entorno sobre las 21,00 horas de aquel 30 de abril escucharon gritos, o algo que les llamara la atención. “Aunque ya entonces había bastante gente que iba a correr o andar por esa ruta, ese día no había mucha gente, pero tampoco era de noche cerrada”, explica otra residente en la Avenida de Atlántida. Lo cierto es que sí existe un tramo algo más deshabitado y donde quizá Déborah podría haber sido abordada sin que nadie se percatara.
Encontrar el posible vehículo del que tanto se habla sería un paso de gigante. De momento, la colaboración ciudadana ha aportado a la familia algunas pistas nuevas que podrían servir para reabrir el caso, y que tendrían que ver con testimonios que situarían a la joven fuera de esa curva. Las cerca de 230.000 firmas recabadas hasta ahora  han servido  para  retomar  la  investigación.n

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