EPISODIOS VIGUESES

Las curiosas tradiciones de los catalanes en Vigo

La industria conservera en su máximo esplendor
photo_camera La industria conservera en su máximo esplendor

Hace unos años, con motivo del fallecimiento del suegro de un querido amigo, conocido abogado de Vigo, me llamó para pedir que lo pusiera en contacto con el miembro de la familia de mi mujer, de mayor edad, dado que era preciso su permiso para la inhumación de su cadáver de su pariente en uno de los panteones de las familias catalanas en Pereiró

Vamos  Resulta que mi mujer, de apellido Puig, desciende de los catalanes de Blanes que llegaron a Galicia a partir del siglo XVIII y se establecieron en las Rías Baixas, entre otros lugares de Galicia, donde se dedicaron a actividades pesqueras, a la salazón y finalmente a la conserva, como el antepasado de mi esposa, un tal Francesc Puig, creador de una estirpe que llegó hasta tiempos recientes en ese universo.

Lo curioso de esta historia, es que los sucesivos herederos del panteón dejaron un mandato, que los servicios funerarios del Ayuntamiento de Vigo, respetaban, de que fuera precisa, para se pudiera alojar a un nuevo fallecido en aquella propiedad, la autorización de la persona de la dicha familia de más edad que viviera, por lo que tuvimos que localizar a una tía abuela de mi mujer que realizó el trámite por escrito, si bien ni ella misma sabía que era depositaria de tal privilegio. Por lo visto era una costumbre, entre otras, que los catalanes seguían, como la de ir a parir a Cataluña o casarse entre ellos, rito que estuvo en uso hasta comienzos del siglo XX y que he podido conocer por la propia familia de origen catalán con la que emparenté yo mismo.

Hay dos grandes oleadas de catalanes en Galicia: la primera es la de los industriales, armadores y luego conserveros, que arriban a partir del siglo XVIII y que se establecen por esta zona y una segunda, menos conocida y más reciente, esta vez forzada y consecuencia de la guerra civil. Se trata de los soldados del Ejército Popular a quienes Franco obligó a repetir el servicio militar, en casos hasta durante cinco años en los lugares más alejados de Cataluña. En Galicia, muchos de estos muchachos fueron enviados a Ourense, cosa que pude comprobar personalmente en los archivos del Regimiento de Infantería Zamora 8, donde serví, y que contenía documentación incluso anterior a 1943-1944, en que esta unidad fue destinada a guarnición de aquella ciudad.

Se considera que el primer ciudadano catalán empadronado en Vigo fue Bonaventura Marcó del Pont, alertado emprendedor, como luego demostraría, que arrastró a muchos de sus paisanos. Se sitúa si llegada en el temprano año de 1758. Vigo era apenas un pueblecito de apenas 300 habitantes. El profesor Antonio Meijide Pardo considera que entre mediados del siglo XVIII y comienzos del XIX llegan a Galicia, no menos de 15.000 catalanes y que su actividad se orientó hacia la industria de la salazón. En Vigo se instalan esencialmente en el llamado barrio del Arenal, que será atacado por los pescadores de Cangas a causa de la descomunal competencia que para la pesca tradicional supuso la introducción del arte de la “Jábega” que, pese a su prohibición, a finales del siglo XVIII ya extraía de la ría del orden de las 10.000 toneladas de sardina, que en gran medida era exportada al resto de España.

José Caminada, Francisco Puig, Carlos Guixeras, Pedro Cusi, Félix Ferrar, Bartolomé  Dalmau, Francisco Solá, Vicente Fábregas, Juan Escofet, José Lluch, entre otros, son algunos de aquellos catalanes que hicieron fortuna en Galicia, junto a los apellidos que han llegado a nuestros días, como los Curbera o Massó, debido a que no todos se quedaron aquí; otros acabaron regresando a Cataluña.

El centro de la ciudad de Vigo está constituido por un magnifico conjunto de edificios notables, realizados en granito del país por los mejores arquitectos de su tiempo, hasta constituir una de las señas de identidad de su arquitectura urbana. Buena parte de estos colosos de piedra labrada por canteros gallegos fueron levantados entre finales del siglo XIX y los primeros veinte del siglo siguiente. Pero los más lujosos, rotundos y notables se construyeron tras la I Guerra Mundial y, en gran medida, como consecuencia de ésta.

Las conservas de Galicia alimentaron, especialmente en el bando francés, a los soldados que combatieron en aquella guerra, lucrándose del incremento de la demanda que las necesidades del conflicto proyectaron sobre la industria agroalimentaria y pesquera de España, especialmente las conservas de todo tipo, dada la facilidad de almacenamiento, transporte y conservación.

Pero la suerte de los descendientes de aquellos pioneros ha sido diversa, como lo prueba cómo han acabado en nuestros días algunas de las empresas más boyantes de su tiempo: Massó, Curbera, Molíns, Sensat, Portantet o Barreras. Curiosamente, alguna marca comercial de aquellas conserveras, debido a su valor comercial y al mercado, precisamente catalán, existe hoy, aunque la empresa como tal quebró. Pero la marca sigue sonando y los catalanes la siguen demandando.

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