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Concepción Arenal: la dama buena y generosa

El monumento funerario de Concepción Arenal en Pereiró. Falleció en el año 1893
photo_camera El monumento funerario de Concepción Arenal en Pereiró. Falleció en el año 1893
La dimensión de su obra cobra aún más trascendencia con el segundo centenario de su nacimiento

A la entrada del cementerio de Pereiró, un monumento de inequívoco estilo decimonónico impone al visitante el recuerdo y el respeto que merece ser guardado a la imponente figura de una mujer cuya vida y obra son simplemente incomparables. Un monumento funerario que guarda en su interior los restos de aquella a la que se dedica el monolito, la escritora, pensadora y activista social Concepción Arenal de Ponte, una dama menuda, de ojos verdes, piel blanca y pecosa, y cabellera pelirroja, cuyo destino final fue la ciudad de Vigo donde residió los últimos años de su vida y donde falleció el 4 de febrero de 1893 recién cumplidos 73 años.  La universal penalista fue enterrada en el cementerio del Picacho y es el libro firmado por Gerardo González Martín, Carmen Kruckenberg, Francisco Pablos y Bernardo Vázquez Gil, titulado “A cidade dos mortos”, editado en 1998 con ocasión del centenario del recinto, quien niega que el obelisco que se encuentra en la entrada dedicado a esta dama extraordinaria sea simplemente un cenotafio. El cementerio de Pereiró se inauguró en marzo de 1898 y fue precisamente Fernando García Arenal, el hijo mayor de la escritora, quien desarrolló toda la vertiente administrativa y económica del proyecto de creación, y redactó la memoria final de un nuevo camposanto de titularidad municipal para la ciudad, acorde con las dimensiones y necesidades que la urbe iba adquiriendo. Los restos de la escritora fueron trasladados a su nuevo emplazamiento a finales del mes de agosto de 1912, y los periódicos del momento relatan cómo una respetuosa congregación ciudadana multitudinaria asistió en riguroso silencio a la ceremonia.

La hija del liberal
Concepción Arenal de Ponte nació en Ferrol el 31 de enero de 1820 y se han cumplido por tanto en este año sombrío de dolor y pandemia, doscientos años de su nacimiento en el seno de una familia de clase media alta en la que el cabeza de familia, Ángel Arenal, era un coronel santanderino con casa solar en Armaño, en el corazón del valle de Liébana, de raigambre profundamente liberal que, como tantos otros jóvenes de su tiempo, había abandonado las aulas de la universidad para unirse al ejército durante la Guerra de la Independencia, decisión que le valió abandonar sus estudios de abogacía y continuar la carrera militar hasta que su honor, su excelente hoja de servicios y aún su vida, fueron cercenados de cuajo por el absolutismo fernandino cuyos ejecutores dieron con el intachable oficial en la cárcel acusado de liberalismo. Condenado por un consejo de Guerra, encarcelado, humillado, deprimido y enfermo, se murió en enero de 1829 dejando una mujer viuda con tres hijas en el mundo. 
Su viuda, Concepción Ponte, ferrolana de nacimiento y muy apegada a las viejas tradiciones, no se llevó nunca bien con su hija y nunca aceptó sus ideas. Perteneciente a un ámbito muy enclaustrado y conservador acorde con un tiempo en el que las mujeres no tenían otro objeto que quedarse en casa, maniática de la compostura y el orden, la viuda se llevó a las niñas a la montaña para establecerse en Cillorigo donde la familia de su difunto marido mantenía posesiones. Una casona solariega en Armaño, y el domicilio de su abuela Jesusa  que adoraba a su nieta Concha.
El siguiente hecho luctuoso en la vida de Concepción Arenal es el fallecimiento de su hermana pequeña, María Luisa. Y la siguiente etapa de su existencia, a partir de 1835, es el viaje de la madre e hijas a Madrid para residir en casa de un hermano de la viuda, un hombre serio y circunspecto que ostentaba el título de conde de Vigo, una distinción  nobiliaria creada en 1811 para premiar el comportamiento del antepasado coruñés Joaquín Tenrreiro y Montenegro durante el sitio de la ciudad de Vigo por la tropa invasora francesa.
Seguramente por acuerdo de ambos hermanos, las dos señoritas fueron matriculadas en un colegio para damitas de buena sociedad en el que se les enseñaban las materias naturales para las jóvenes de su tiempo. Urbanidad, educación, labores, algo de música y algo de caligrafía y escritura. La institución, debida al mecenazgo del conde de Tepa y con sede en la calle de Atocha, le fue bien a su hermana Tonina pero resultó un martirio para Concha, hasta tal punto que madre e hija tensaron aún más sus relaciones y las broncas fueron incesantes, pero ella jamás claudicó. Algunos biógrafos suponen que Concepción Arenal aprendió a hablar francés e italiano por sí sola. El caso es que, apurado el primer ciclo educativo en el colegio de señoritas, Concha expresó a su madre su deseo de continuar sus estudios en la Universidad. Su madre se desmayó del susto.

Una mujer en las aulas
En 1840, Concepción Arenal tenía 20 años y retornaba sola a Armaño para cuidar a su abuela enferma. Aquella señora falleció poco después, dejando a su nieta heredera de todos sus bienes y, por tanto, poseedora de una razonable pequeña fortuna que le permitió soñar en valerse por sí misma. Un año después, en 1841, quien fallecía era su madre y Concha volvió a heredar. Y sobre todo, se liberó de aquellos obstáculos que le impedían desarrollar sus pretensiones y sus insaciables deseos de conocer, aprender y estudiar. Sola y sin vínculos molestos, Concha se propuso acercarse al Derecho y para ello se vistió de hombre y durante los cursos 42-43, 43-44, y 44-45 asistió amparada en su disfraz y como oyente, a la facultad de Leyes. No se licenció naturalmente, ni pudo hacer otra cosa que asistir emboscada a algunas sesiones en determinadas asignaturas, pero su empeñó fue recompensado con una buena dosis de saber. Y además, allí conoció a Fernando García Carrasco, un joven comprensivo y ejemplar, abogado y penalista, con el que se casó en 1848 y con el que tuvo tres hijos: Concepción que murió pronto, Fernando y Ramón.

La Cruz Roja y mucho más
En 1870, recién cumplido su medio siglo, Concepción Arenal fundó “La Voz de la Caridad”, una publicación que duró casi veinte años y que patrocinaron y sufragaron personalidades de la influencia de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Salustiano de Olózaga y la propia Juana de Vega.  A esa edad, la incansable dama gallega estaba hondamente implicada con el movimiento fundado por el banquero suizo Henry Dunant en 1860 tras contemplar sobrecogido el paisaje que había quedado tras la batalla de Solferino en la que 40.000 combatientes estaban tendidos, heridos o muertos, abandonados a su suerte sobre el campo de batalla. Ella se apresuró a sumarse al movimiento y dirigió el hospital de sangre situado en Miranda de Ebro durante la III Guerra Carlista, en el que se atendió a heridos procedente de ambos bandos.

Su pluma y su compromiso
Desde que, muy joven, empuñó la pluma y se decidió a plasmar en sus escritos las ideas que bullían en un cerebro de pensamiento profundo y adelantado a su tiempo, Concepción Arenal no dejó de escribir. Primero, obras de ficción tempranas, luego artículos de opinión política y filosófica, y finalmente, verdaderos tratados de contenido social y forense que llamaron poderosamente la atención de influyentes personalidades de una Europa que caminaba a la búsqueda de nuevos ideales doctrinarios. Su obra fue cada vez más comprometida y honda, especialmente en su análisis del papel a desarrollar por la mujer en las sociedades avanzadas. Fruto de este compromiso fue su paulatina comunicación con un ámbito universitario que comenzó a tenerla en cuenta, a aceptarla y respetarla. Títulos como “La mujer del porvenir” fechada en 1864, “La mujer en su casa” de 1881, “Estado actual de la mujer en España” de 1884 o “La educación de la mujer” publicado un año antes de su muerte, ofrecen una sabía panorámica cada vez más madura y concienciada de una temática que marcó su existencia. Pero además, esa obra de defensa de la condición femenina se completó con una colección de obras implicadas en la problemática de la política penal. “Estudios penitenciarios”, “Ensayo histórico sobre el derecho de gentes”, “La instrucción del pueblo”, y especialmente “Ensayo sobre el visitador de presos” que le otorga fama internacional y obliga a la opinión pública europea a volver la vista sobre una mujer gallega que desde unas ciudades norteñas de España está explicando a las autoridades del continente cómo ha de afrontarse una manera nueva de entender el Derecho penal, el tratamiento de la delincuencia y los derechos de los condenados.
Concepción Arenal se trasladó a vivir a Gijón junto a su hijo Fernando y su segunda mujer, donde su primogénito era ingeniero director de la Junta del Puerto, y un año después le siguió hasta Vigo donde Fernando García Arenal obtuvo plaza para desempeñar el mismo cargo. Hubieron de pasar unos seis meses residiendo en Pontevedra -en el número 6 de la calle de la Oliva- mientras se despejaba el traspaso a Vigo. Allí estableció una entrañable amistad con la familia de Casto Méndez Núñez.

En 1890, Fernando García Arenal tomó posesión de su cargo en Vigo y tres años después falleció su madre. Murió en la finca Núñez que los historiadores ciudadanos sitúan en lo que hoy es el convento de los Capuchinos. Su solana de  piedra se rescató de la demolición y hoy se encuentra en Castrelos.
Concepción Arenal tiene plaza a su nombre en Pontevedra, y presencia en los callejeros de casi todas las ciudades de Galicia y aún de España, especialmente en Ferrol y Coruña. En Vigo, la calle dedicada a su memoria tiene un final complejo. Parte de la Plaza de Compostela y avanza cruzando Montero Ríos y la Avenida de Beiramar. Recientemente se ha prolongado en un vial a continuación que trascurre bordeando el edificio de la Xunta de Galicia y concluye aparentemente en la curva que afronta en línea recta a la dársena del Puerto Deportivo. Muy poco comparado con su excelencia.

Feminismo y redención

nnn Se inicia entonces un nuevo ciclo en la vida de esta mujer incansable implicada en un nuevo y definitivo anhelo. Su compromiso con la población penal, su apuesta por una reclusión digna  y sus desvelos por la reinserción una vez cumplida la condena. En 1864, y por expreso deseo de la reina Isabel II, es nombrada Visitadora de Cárceles de Mujeres. Llegó por tanto a su nueva residencia de A Coruña en 1864, hizo pronto fraternal amistad con otra gran mujer, Juana de Vega, condesa viuda de Espoz y Mina, y duró en el cargo un año. Un artículo osado para la época bajo el título de “Cartas a los delincuentes” le costó el puesto, pero Concha Arenal ni se dio por vencida ni atemperó la intensidad que se había trazado. Caído el último gobierno de Isabel II y con la Gloriosa del 68, la dama gallega volvió a la administración como inspectora de Correccionales de Mujeres. Pero, desengañada por el comportamiento de los gobernantes, solo dura en el cargo un par de años. Una vez aceptada su dimisión, Arenal corrió a la búsqueda de nuevas vías de apoyó a la necesaria mejora de las deplorables condiciones carcelarias y una nueva legislación que dignificara el cumplimiento de las condenas y apostara por la reinserción del penado una vez cumplida la condena.

Los cómplices de sus dislates
 

Fernando García Carrasco fue un excelente compañero y un perfecto socio para apoyar los supuestos dislates de su mujer. Ella había escrito para entonces tres comedias dramáticas, el libreto de una ópera y una novela corta, y sus devaneos empuñando la pluma no acabaron en estas aventuras tan osadas. Junto con su marido, se incorporó a la plantilla de colaboradores del diario “La Iberia” que dirigía el admirable Calvo Asensio. Él marido escribe editoriales y artículos de opinión. Ella se inicia con una serie de artículos dedicados al ingeniero escocés James Watt, inventor de la máquina de vapor.
 

Desgraciadamente, en 1854 fallece prematuramente Fernando, y Concha Arenal vuelve a estar sola. Sustituirá a su marido en la tarea editorial hasta que una orden del ministro Nocedal prohibió los artículos de opinión, de política, religión o pensamiento, anónimos. Calvo Asensio prefirió cesarla antes que poner la firma de una mujer al pie de cada uno de esos trabajos y así se lo comunicó. Concha abandonó el periódico y se volvió a la montañuca para residir en el valle de Liébana tras una breve estancia en Oviedo que apenas fue contabilizada.
Muchos biógrafos de esta dama extraordinaria sospechan que la estrecha relación entre ella y el violinista Jesús Monasterio fue mucho más allá de una profunda amistad. No lo parece. Monasterio era un hombre temperamental y arrebatado que contaba en los días que conoció a la penalista gallega, veinticuatro años –había nacido en la vecina localidad de Potes en 1836- y por tanto era quince años menor que ella. Talento musical incuestionable desde su infancia, había sido enviado a estudiar a Bélgica y, a partir de ese momento, había recorrido Europa asombrando con su pulso, su técnica y su emoción al arco, a todos los públicos continentales.
Monasterio era un ferviente católico que creía firmemente en la vertiente más social del mensaje de Jesús y se empeñó puntualmente en difundirlo y expresarlo, para lo que fundó en su pueblo natal las Conferencias de San Vicente de Paul destacando en la persona del santo francés la vocación de servicio a los pobres y la ayuda al necesitado como parte imprescindible de la doctrina cristiana. Su amiga Concepción Arenal, católica profunda y convencida de esa misma vertiente de compromiso social y amor hacia los más necesitados presente en la palabra de Cristo, se implicó decididamente en este colectivo y comenzó a solidarizarse con la población reclusa y en especial, con las mujeres, empresa a la que se empeñó de por vida.
 

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