El 90% de los usuarios de comedores sociales de Vigo son inmigrantes

Colas ayer a la entrada del comedor de Misioneras del Silencio, por la calle Cervantes.
photo_camera Colas ayer a la entrada del comedor de Misioneras del Silencio, por la calle Cervantes.
Las colas en el servicio diario que ofrecen las Misioneras del Silencio se mantienen, ahora la mayoría extranjeros llegados “sin nada” desde Sudamérica

Hace dos años, el comedor de Urzaiz y calle Cervantes que gestiona Misioneras del Silencio, designadas Viguesas Distinguidas, estuvo a punto de echar el cierre y con ello habrían dejado sin alimento a las 150 personas que atienden cada día. Afortunadamente, la reacción ciudadana permitió solventar el problema, según asegura la hermana Guadalupe Egido, al frente de una plantilla reducida aunque animosa, satisfecha por haber superado una crisis que parecía definitiva. “Gracias a los ciudadanos anónimos pudimos seguir, no es que estemos boyantes, pero ahora ya respiramos, gracias a Dios”, explicaba ayer, en una parada de su trabajo diario: a las 12,30 se abre el punto de entrega de comida en túper, en Urzaiz, y media hora más tarde en la calle Cervantes, el comedor directo.

 

 

Aclara que las instituciones mantienen e incluso han aumentado su aportación, pero, en cambio, ha caído en picado la ayuda que recibían de los centros comerciales. “Las grandes cadenas nos daban mucha comida y ahora ya no, muy poco. Pero a cambio tenemos las aportaciones particulares, ciudadanos que quieren ayudarnos, algunos con muy poco, apenas cinco euros al mes, pero eso incluso lo valoramos más porque quien lo da probablemente no tiene más”, señala.

Superada la crisis, el comedor mantiene su actividad, pero ha cambiado el perfil del usuario casi por completo. Ahora, en torno al 90 por ciento de las personas -familias en muchos casos- que acuden son inmigrantes latinoamericanos, mientras que una parte cada vez más pequeña son españoles, en general hombres de edad media y con problemas graves de alcoholismo. Pero son los menos. “Jóvenes, pocos”, apunta. “Esta es la realidad, antes había muchas personas ‘sin techo’, pero ahora tenemos otro tipo de gente, los que han venido sin nada, escapando de su país por las crisis en Sudamérica, como antes los gallegos cuando iban a América o Europa. Apenas tienen nada, son la mayoría de los usuarios, cada vez más y casi siempre con personas a su cargo", explica la religiosa, muy orgullosa del menú diario. “Aquí la comida es buena, recién hecha, con dos platos y postre”, sentencia. También observa que el nivel de asistencia prácticamente se mantiene, “porque cuando unos dejan de venir porque han conseguido al menos un trabajo para ir tirando, en seguida llegan otros en su lugar, a menudo familias con el tupper”. Y además, advierte de que las posibilidades de las Misioneras del Silencio para dar comidas están al máximo. “Aquí no podemos dar más de 150 al día, no tenemos recursos ni personal, y los viernes damos doble ración para que tengan para el sábado, es donde podemos llegar”, aclara.

Muy distinto antes del Covid

Misioneras del Silencio paga solo en luz una factura mensual de 1.500 euros y en la pandemia gastaron casi 4.000 euros únicamente en tápers y bolsas de plástico para que los solicitantes pudieran llevarse la comida a casa.  Todo ello dejó un agujero en las cuentas, ya al límite de sus posibilidades, que llevó a pensar seriamente en el cierre, hace ahora dos años, finalmente evitado. De los 150 servicios de comidas, unas 100 son presenciales y alrededor de 50 en tápers para familias con niños y otras personas que no pueden quedarse en el comedor. Cada día acude más gente a la casa de las hermanas pidiendo un plato de comida caliente, pero los recursos menguan. El perfil antes del covid era muy distinto:  desde “sin techo”, drogodependientes o marginados hasta familias y cada vez más hombres y mujeres que  tenían una situación económica estable.

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