Adiós a 'Sálvame', cumbre de la 'telebasura' española
El programa no dudaba en recurrir a la desinformación o la manipulación para ganar audiencia
El anunciado final por parte de Telecinco del programa “Sálvame” no es solo el cierre de 14 años de una manera de entender la creación televisiva de forma vulgar, sino la clausura de una manera malsana de entender el entretenimiento que comenzó con “Tómbola” en 1997.
El programa ha sobrevivido durante más de una década convirtiéndose en un espectáculo circense en el que tanto sus protagonistas como el formato han tenido que hacer piruetas e incluso triples saltos mortales para evitar sanciones, posibles cierres y conflictos con la justicia. Dividir el programa en dos para evitar transgredir el horario de protección infantil (de 17,00 a 20,00 horas), pervertir el lenguaje y crear neologismos para evitar multas en ese mismo horario o convertir al espectador en un adicto a los cebos y a las falsas promesas con la esperanza de alargar su atención delante de la pantalla durante horas han acabado convirtiéndose en las señales de identidad de un programa que nació como un parche para rellenar programación en uno de los productos más rentables de la comunicación privada en la última década.
“Sálvame” recoge la manera de hacer de otros. No inventó el formato, pero sí supo exprimirlo y sacar la esencia más adictiva de propuestas como “Crónicas Marcianas” (1997) o “Aquí Hay tomate” (2003). “Sálvame” ha sido un ejemplo de cómo todo vale para proteger un tipo de contenido de calidad y que, a menudo, falta al respeto espectador. Uno de los récords de audiencia del programa fue en 2013, cuando Rosa Benito, tras firmar su divorcio, fundió sus alianzas en directo, desvelando en 2021 la propia protagonista que todo fue una farsa. Sin olvidar los amagos de enfados, peleas y reconciliaciones que en muchos casos han servido para encubrir vacaciones o renovaciones de contrato.
Ese producto adictivo que ha convertido en “Sálvame” en un fenómeno social ha asentado sus pilares en la manipulación de la información, la confusión y la tergiversación de los hechos, la intromisión en la intimidad, el sexo (de manera directa o indirecta) y convertir, en muchos casos, el dolor y miseria humana en espectáculo. Un cóctel que engancha más que entretiene, y que cuya toxicidad ha llegado a echar raíces en la que otrora era una prensa del corazón que entrevistaba a estrellas que lo eran por su trabajo, logros o posición social y ahora llenan sus páginas con famosos generados casi de manera industrial. Famosos que lo son única y exclusivamente por los minutos que le dan sus productores y directores.
Siempre ha habido personajes vulgares que han atraído a la gente por su sentido del humor, puesta en escena, la venta de su vida privada o simplemente por sus rarezas, pero “Sálvame” ha convertido la excepción en norma, normalizando y divulgando la vulgaridad y la decadencia moral sin ningún tipo de pudor.
Una escenografía que se ha mostrado ineficaz ante la avalancha de denuncias, juicios perdidos (y otros aún abiertos y pendientes de resolución) y sanciones de las que no se han librado ni los productores ni directores, con llamados colaboradores que han puesto por delante el interés del morbo y generar adicción morbosa en la audiencia por delante del entretenimiento.
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