La lógica y, probablemente, también la ingenuidad, invitan a pensar que las encerronas en el deporte eran cosa del pasado. La experiencia del Guardés en Antalya confirma que no es así. La expedición del club miñoto recibió un trato más que inapropiado por parte de su anfitrión, el Konyaalti. Todo ello con la connivencia de la EHF, que tan solo envió a las árbitras y a la delegada federativa al encuentro de vuelta de la final.
El autobús que transportaba al grupo llegaba tarde a todas partes. La excusa, un tráfico que nadie acertaba a ver por la ventanilla. En uno de los viajes, se paró en medio de la carretera. El conductor aludió a una supuesta avería que, después de un buen rato, se solucionó sola. Tampoco funcionaba el aire acondicionado, con temperaturas cercanas a los 30 grados. En el entrenamiento del sábado, la plantilla se encontró con que no había llave para el vestuario. Las jugadoras tuvieron que cambiarse fuera y ducharse en un hotel que, por otra parte, intentó cobrar habitaciones que no se habían expedido.
Ya en el propio partido, el Konyaalti abrió las puertas del pabellón sin ningún tipo de control de acceso. Sin seguridad. Además, prohibieron al presidente y al gerente del Guardés sentarse en el palco y los enviaron a la grada. Esto fuera de los focos. A la luz quedó la sesgada actuación arbitral y la indiferencia absoluta de la EHF, incapaz de velar por el buen funcionamiento de su propia competición.