Cuando la voz de Otis Redding se perdió para siempre

Los restos del aparato en el que viajaban Redding y su banda son extraídos del fondo del lago Monona.
photo_camera Los restos del aparato en el que viajaban Redding y su banda son extraídos del fondo del lago Monona.

Acababa de escribir y grabar su éxito imperecedero, “(Sittin’ on) the dock of the bay”,  que ni oyó ni pudo disfrutar. Su avión se estrelló en diciembre sobre el lago Monona y solo un miembro de su banda salió vivo del accidente

Adía de hoy es un hecho excepcional que una figura de la canción o del cine termine su vida víctima de un accidente ocurrido en los desplazamientos a los que les obliga su profesión, pero en tiempos pretéritos, este hecho dramático era un episodio incluso frecuente que acabó con tantos nombres ilustres del pop, del rock and roll y de la pantalla como el uso y abuso del alcohol y de las drogas. La historia de la música pop de todos los países en los que triunfó ese fenómeno singular, incluyendo naturalmente España, está cuajada de nombres, apellidos y hechos protagonizados por personajes jóvenes e incluso casi adolescentes, que fallecieron viajando en avión o al borde de una carretera, en el cumplimiento de su oficio. Giras agotadoras no siempre en las mejores condiciones, desplazamientos largos por rutas y vías angostas e inseguras, uso de transporte de calidad deficiente, sueño, agotamiento, exceso de trabajo mezclado con el uso de estimulantes para no dormirse al volante o en mitad de un concierto, constituyeron las razones más habituales de sucesos cuyos resultados resultaron devastadores para una generación de artistas muchos de cuyos mejores exponentes acabaron sus días a una edad en la que el resto de sus congéneres inician su actividad laboral.

Aquella singular escabechina se encargó no solo de diezmar las filas de las estrellas populares, sino de crear tantos mitos como interpretes se quedaban al volante o sentados en el sillón de un aeroplano en vuelo. Se generalizó por tanto el empleo de la fórmula del “cadáver exquisito”, un refinado juego de inteligencia creado en los años veinte que cambió su sentido para denominar al muerto famoso que, en plena juventud, dinero y fama, se despedía del mundo antes de cumplir la treintena. “Demasiado joven para morir, demasiado viejo para el rock and roll” rezaba el lúgubre proverbio que sirvió para que la banda Jethro Tull titulara de ese modo uno de sus álbumes de mayor éxito, grabado a mediados de la década de los 70. Paradójicamente ninguno de los miembro de aquella tropa británica capitaneada por un pintoresco flautista llamado Ian Anderson acabó al bode de la cuneta.

Una contumaz tragedia

En España, los nombres de interpretes famosos como Tino Casal, Nino Bravo, Bruno Lomas, Cecilia, Manolo Caracol, o el guitarrista de los Bravos, Tony Martínez y Mari Carmen Fernández, una de las voces del grupo coral La Compañía, pasaron a la historia de la música popular como víctimas de accidentes de automóvil y murieron al borde de una carretera sin haber cumplido la treintena. Evangelina Sobredo Galanes por ejemplo, conocida en el panorama artístico como Cecilia, murió a primeros de agosto de 1976 junto con el batería de su banda, cruzando de madrugada en automóvil el pueblo zamorano de Colinas de Trasmonte tras chocar contra un carro de bueyes. Procedía de Vigo donde ofreció en aquella fecha el último concierto de su vida. Son desgraciados referentes de una promoción artística masacrada por tragedias de aire y tierra con las que acompañar a las de figuras internacionalmente conocidas y admiradas por la juventud que las había convertido en ídolos como Eddy Cochran, Ritchie Valens, Buddy Hollie, la banda de rock sureño Lynyard Skyniard, o también Otis Redding y su grupo de acompañamiento. El 10 de diciembre de 1967, hace ahora por tanto cincuenta y siete años, una de las mejores voces del sould de todos los tiempos se perdió para siempre sobrevolando un territorio helado al norte de los Estados Unidos. Acababa de grabar el disco que le proporcionó recuerdo eterno, “(Sittin’on) the dock of the bay” que ya no pudo escuchar en su versión definitiva.

De Macon a las estrellas

Otis Ray Redding tenía, cuando pereció en accidente de aviación junto a los miembros de su banda, veintiséis años y tres meses. Había nacido el 9 de septiembre de 1941 en una localidad del estado de Georgia llamada Dawson, aunque cuando tenía dos años, su familia se mudó a la ciudad de Macon en el mismo estado, la misma en la que nació Little Richard. Era un hombre negro fuerte y atlético que media 1,87 y pesaba cerca de cien kilos. Estaba casado desde los veinte con una antigua compañera de instituto un año menor que él llamada Zelma con la que tuvo un hijo antes de contraer matrimonio al que siguieron otros tres, y algunos de ellos formaron más tarde una banda llamada “The Reddings” a la que apadrinó su propia madre. Zelda sigue trabajando hoy en día en la conserjería de una institución benéfica en Macon, la ciudad que se negó a abandonar incluso cuando su marido trasladó, a mitad de la década de los sesenta, su residencia a Los Ángeles acompañado por su hermana Deborah. La letra escrita por él mismo para su gran éxito es un reflejo de la pena que sentía por haber abandonado su hogar en Georgia para residir en California. De hecho, en esas estrofas se especifica el lugar desde el que el cantor llora esa ausencia. La bahía de San Francisco.

Europa y América

El debut en la música del adolescente Redding se produjo a los quince años cuando estaba en edad escolar aunque las causas por las que hubo de cobrar por cantar e interpretar no fueron especialmente alegres. Fue el colofón a su tiempo en el coro de la iglesia baptista de Vineville donde su padre, aparcero de una compañía agrícola, ejercía también como predicador. Pero su padre cayó enfermo de tuberculosis y los varones de la familia hubieron de aportar dinero para el sustento del numeroso clan. Su habilidad innata para cantar armonías y tocar instrumentos musicales sin otra preparación que su excelente oído, le facilitaron el ingreso en los Upsetters, la banda de acompañamiento de la estrella local, el desmadrado cantante de rock and roll y pianista Richard Wayne Penniman al que todos conocían como Little Richard, un joven negro al que su padre había echado de casa por sospechar que era homosexual.

Y como una cosa lleva a la otra, Otis pudo actuar en los concursos para noveles que se celebraban el fin de semana en el Teatro Douglass de su localidad y comenzar a hacerse un nombre en los círculos artísticos de su ciudad de adopción. En 1958, actuaba como cantante y director de la agrupación The Pinetoppers, lo que le permitió participar en varias giras por los estados sureños hasta que contactó con la legendaria compañía de discos Stax Records de Memphis que acabaría quebrando cuando su artista franquicia se mató volando sobre el estado de Wisconsin. De su mano, Redding entró en 1961 por vez primera en un estudio para registrar su primer sencillo, una canción llamada “This armas of mine” escrita por él mismo, avance del primer larga duración en su carrera al que bautizaron como “Pain in my heart” en consonancia con la canción que abría su cara A y que un año más tarde sirvió para que los Rolling Stones saltaran a la fama en su Inglaterra natal con una apreciable versión de este tema.

Aquel LP se nutría de composiciones propias como la anteriormente citada o “Hey, hey baby”, y éxitos recientes de otros autores, consagrados con el paso del tiempo, como “Stand by me” de Ben E. King, “Louie, Louie” de Berry o “Lucille” de su admirado Little Richard. Y se grabó en compañía de grandes músicos de sesión. Booker T. estaba al piano, Al Jackson se sentó en la batería, y Steve Cropper tocó la guitarra. El disco recibió una gran acogida y la crítica le fue muy favorable pero no pasó del puesto número 103 en la lista de Bilboard. Hasta 1965 no hubo un segundo trabajo de larga duración con la voz de Otis Redding, aunque el cantante sureño no dejó ni un momento de trabajar y enlazó actuaciones y recitales con notable éxito especialmente en los ámbitos de su estado natal y los circundantes de la costa Este. El tercer LP significó el auténtico certificado de excelencia para un cantante que ya rebasaba sus fronteras naturales y que no solo ponía su voz en las canciones sino que, con frecuencia, las escribía. Steve Cropper se convirtió en su guitarrista habitual y con su aportación crearon obras espléndidas. Aquel disco contenía “Respect”, I’ve got dreams to remember”, y “I’ve been loving you”, grandes piezas de Redding, muchas también creada por él mismo. Simultáneamente, su música llegó a Europa ocasionalmente versionada por las bandas de pop inglés que adoraban la música negra, un fenómeno que le permitió cruzar el Atlántico y cantarla para el público inglés por sí mismo. En marzo de 1966 debutó en Londres, con los Beatles como dueños absolutos del panorama musical. Los cuatro se declararon admiradores suyos. En aquel mismo año estuvo en el Olympia de París, volvió a Londres y viajó a Estocolmo para presentarse ante un entregado público juvenil. Tras su paso por el festival de Monterrey, Redding volvió al estudio para grabar su imperecedero éxito.

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