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No merecía ayer Balaídos una derrota. Porque desde antes del partido, el ambiente era victorioso. Casi triunfante. Los sonidos antiguos de Abraham Cupeiro y su carnix congregaron en el estadio vigués a la mejor entrada de la temporada, con 24.573 personas en las gradas. Fueron, concretamente, 128 más de las habidas hace un mes contra el Real Madrid.
Había cita un cuarto de hora antes de que el fútbol reclamase la atención. Y las gradas respondieron al espectáculo musival previo con fervor porque tenían ganas de un partido especial, hartas de merecer más contra los grandes y salir casi siempre escaldadas. Había la sensación de que este Celta de los canteranos podía plantar cara a ese Barça de los canteranos que lidera la Liga.
Desde el primer minuto, el equipo conectó a la afición. Porque enseguida sus jugadores dieron razones para la emoción. Aunque no para la celebración. De hecho, entre las ocasiones locales se coló el gol del Barcelona que parecía abocar a otra noche sin premio. Aunque restaba mucho tiempo.
Y había que estar pendiente del capitán, que arengó a los suyos cuando sintió que el arbitraje le perjudicó de forma más que notoria. Ese enfado mantuvo en ebullición a las gradas durante el descanso, a la espera de la resolución. No hubo ruptura ambiental en el parón.
El segundo tanto visitante enfrió, pero no mató. Y hubo tiempo para ver dos goles propios y para empujar hacia un triunfo que no llegó en el campo. Sí en la grada.
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