El Celta vuelve a hacer sufrir al Barça
Celta y Barcelona reparten puntos tras un duelo con mejor juego local, más pegada visitante y polémica arbitral
El Celta se rebeló ayer para no cerrar la fiesta con cara de anfitrión dolido. Cansado de invitar siempre, el equipo vigués porfió por recibir algo a cambio. Al menos, un empate. Lo hizo por el camino más difícil, el de errar ocasiones propias y ser golpeado en acciones aisladas, pero estuvo cerca de alcanzar la meta de una de esas remontadas que estuvieron en la génesis de este equipo vigués. El Barcelona pudo ganar por calidad -y porque el árbitro no expulsó a Gerard Martín cuando debió hacerlo- y se fue de Vigo sintiendo que esta ciudad lo castiga como ninguna otra.
Porque tienen el Celta y el Barcelona esa manera de hacerse daño. De admirarse desde la distancia pero lastimarse cuando se acercan. Comparten gustos y eso provoca que se conozcan mutuamente incluso más que a ellos mismos. Una historia de amor doliente que suele acabar con uno de los dos asqueado por una historia que se repite. Anoche, le tocó el turno al conjunto culé, que estuvo a punto de encajar una venganza exacta de lo sucedido la pasada campaña en el Camp Nou, con aquel 0-2 celeste que se convirtió en un 3-2 en los diez últimos minutos. Casi.
Tenía ganas de medirse al líder Claudio Giráldez. E hizo un prepartido lleno de matices. Contundente algunos. Como el hecho de salir al campo con una defensa de cuatro y no de cinco. O el más esperado de poner en punta a Douvikas y su capacidad de atacar el espacio por delante de Borja Iglesias. Mientras, el Barcelona cubría la ausencia de Lamine Yamal con Raphinha por la derecha y situando a Dani Olmo por la izquierda. Al brasileño, en un momento excelso, le dio igual; al internacional español, no.
La cuestión es que, en líneas generales, lo planificado por el entrenador porriñés se iba cumpliendo. Todo menos el marcador. Porque el Barça se adelantó de una manera demasiado sencilla, con un balón largo de Koundé que el viento y la falta de pericia de Mingueza envenenaron. Raphinha hizo el resto. No había pasado ni un cuarto de hora y, en ese tiempo, el Celta ya había dejado escapar una ocasión. La puntería parecía factor fundamental para poder decir algo en el partido. En esos minutos, además, Gerard Martín, canterano culé que ejercía de lateral zurdo, ya había visto una amarilla.
El bloque celeste mantuvo la apuesta. Arriesgando en la salida sin pérdidas cuando el rival presionaba alto y devolviéndole ese mismo agobio en campo rival. En número de remates, los locales siempre estuvieron por delante, apoyándose en la innata capacidad de Ilaix Moriba de conducir y llegar hasta casi cada esquina del campo, mientras Beltrán ejercía de mediocentro con cabeza.
En ese contexto, Iago Aspas se mostró al mundo. Se le esperaba más de pasador, pero tuvo una carrera hacia área rival que acabó con un posible penalti de Gerard Martín. Y ya cuando la primera parte acababa con mejores sensaciones que resultado, bajó a campo propio para recibir una entrada del mismo jugador culé sin opción de alcanzar el balón. Reclamó el moañés la segunda amarilla con dramatismo y acabó recibiendo él una tarjeta. Pero esa rabia era una señal de que había vida.
Lo malo es que la historia se repitió en el arranque de la segunda parte -ya sin Martín en el campo, claro está, pues Hansi Flick no iba a arriesgar más-. En este caso, el tanto culé al cuarto de hora vino precedido de una pérdida de Mingueza en el centro del campo ante el esfuerzo en la presión de Raphinha. Fue cuestión de segundos que el brasileño buscase a Lewandowski, que entró a trompicones en el área evitando el despeje de Starfely y acabó definiendo con sutil perfección.
Giráldez buscó la rebeldía del banquillo. Alfon, Borja Iglesias y Hugo Sotelo a un terreno de juego por el que seguía cabalgando con criterio Moriba. Raphinha mandó el balón al poste justo antes de que Marc Casadó viese la segunda amarilla por dos agarrones en apenas siete minutos. El Barça había desconectado la concentración. Alfon aprovechó un regaló de Koundé para marcar. Y Hugo Álvarez transformó el ímpetu de equipo y grada en el segundo gracias a su propia frialdad y a la de Borja Iglesias. En apenas dos minutos, del 0-2 al 2-2.
A ninguno le valía el empate y, tal vez por eso, ése fue el resultado final. Por aquello de hacerse daño mutuamente -aunque el Celta celebró el punto-.
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